García Martínez- 26 Febrero 2005
Hace una semana o así, los ingleses, que son muy suyos, retiraron del mercado una salsa que, quieras que no, contenía elementos cancerígenos. Esto es intolerable. Porque, al menos con el tabaco, tú sabes de antemano que produce cáncer y, con no fumar, asunto resuelto.
-Ya, pero algunos siguen fumando.
Bueno, esa es harina de otro costal. Ningún humano, por muy listo que sea, está libre de hacer el idiota. Mire estos del tripartito catalán, con la cosa de los túneles. ¿Acaso no se están superando en soltar cada día una sandez más gorda? Ayer decía un radioyente, con gracia, al respective: «Cómprese un piso en el Carmel, que tiene Metro a la puerta de casa».
Comentaba que, si te diera el cáncer por fumar, será porque eres tonto. Pero cuando el cancerígeno te lo meten doblado, eso ya es la repera.
A la salsa esa que digo le habían añadido un aromatizante que, en cantidades acumuladas, te puede hacer la pascua. Y lo más curioso de todo es que ese aditivo se emplea también en el betún de los zapatos.
Como todo en la vida está concatenado, ya sé por qué, a veces, me han entrado ganas de pasarle la lengua al zapato. Me decía yo: «¿Es que estaré loco, es que habré perdido la capacidad de discernir?». Y lo que pasaba era que la buena olorcica del betún me invitaba a chupar o incluso a mojar pan.
Esta confusión es cada vez más frecuente. Sucede que, en la economía que llaman global, los olores y sabores se aplican lo mismo a las cosas de comer que a las de no comer. Y así puede ocurrir que un vulgar zapato huela a deliciosa salsa, de la misma manera que un alpargate te trae los aromas de un delicioso bollito. Hoy en día, todo está mezclado y revuelto. Embolicado, por decirlo exacta y murcianísticamente.
-Y la cordonera la sorbía como si fuera un espagueti.
Eso es porque echaba gusto a ketchup.