García Martínez – 08 octubre 2005
Si el lector ha estado medianamente atento, no se le habrá escapado que, este año, el traslado de los presupuestos generales del Estado al Congreso no ha sido como siempre.
Incluso cuando Franco mandaba, los tremendos tochos conteniendo las cuentas de España se transportaban en furgoneta hasta la carrera de San Jerónimos. No lejos de los leones, el ministro de Hacienda de turno se retrataba junto al carrazo de tomos. Como el evento se repetía cada años aquel ministro que, por lo que fuera, duraba un cierto tiempo en el cargo, acumulaba en su casa un montón de fotos prácticamente iguales. Lo cual, quieras que no, agobia.
Porque se trata de una fotografía muy tonta. El payo allí puesto, mirando a la cámara, delante de una furgoneta con la puerta de atrás abierta. Era un cromo bastante cutre, sobre todo en comparación con otros, en los que se veía al señor ministro saludando, en plan reverencia, al propio Caudillo o al Papa.
Se la tenía, ya digo, como una foto incómoda, por vulgar. A la señora del gerifalte no le gustaba lo que se dice nada. Cada vez que mostraba el álbum a las amigas, durante el chocolate de las cinco, cuando aparecía el marido junto a la furgoneta, en plan de repartidor de guías telefónicas, fruncía el ceño y las pasaba a toda prisa. Lo cual no impedía que sus compañeras de tertulia se dieran cuenta.
Para más inri, algunas veces había coincidido que el vehículo aparcó en la zona de carga y descarga, cuya señal podía verse por cualquier dama que allí departía. La cosa era aún más violenta, si aquella tarde asistía a la amistosa reunión la mismísima esposa del Jefe del Estado. En fin, este fue uno de los peores tragos que tuvieron que soportar, durante su mandato, los ministros (y familia) de Hacienda del Régimen. Porque, encima, la instantánea salía en la portada de los diarios.
El tema no se resolvió, probablemente por descuido, con la llegada de la democracia. Y, a lo último, se ha solucionado por pura chiripa. En esta ocasión, al ministro Solbes lo hemos visto sin la furgoneta y sin tochos. Mostraba en la mano un cedé en el que, maravillas de la ciencia, se contiene el entero Presupuesto. Aun así, de aquí en adelante, hasta se podría prescindir del compacto.
No más guiños al pasado.