García Martínez – 08 octubre 2005
Esto es como lo del eclipse: que te lo topas muy de uvas a peras. Y hasta puede ser que, en habiendo nubes, no lo veas. Yo me he encontrado con el cielo despejado y la casualidad ayudando, ¿para qué dirás? Pues para ver al Gordo sin el Flaco al lado.
Es que no me lo puedo creer. De siempre, el Gordo ha estado junto al Flaco, en todo y para todo. Como Durán y Lleida, como Ortega y Gasset, como Menéndez y Pelayo o como Faemino y Cansado. Hasta el extremo de no entender al uno sin el otro.
No es fácil imaginarse al Gordo en solitario. Ni al Flaco sin el Gordo, desde luego. Pues, nada, la otra noche dieron por la tele una película de 1925 -en el formato de cortometraje-, mostrando a Oliver Hardy sin la compañía de Stan Laurel. Los eruditos del cine sabrán qué pasó realmente, cuándo matrimoniaron (y en qué circunstancia) el Gordo y el Flaco, y si corrieron las amonestaciones, como siempre fue de rigor, y hasta cómo se declararon. Pero, careciendo un servidor de erudiciones, la sorpresa de la que hablo fue de las que llaman morrocotudas.
El papel del Gordo nonato poco o nada tenía que ver con el que luego interpretara -y por tantos años- con el Flaco. Este del corto editado por Slapstick era un Gordo sin más. Quiero decir sin acompañante, sin partenaire, para ser más preciso. Un Gordo como otros tantos gordos que, antes o después, salieron en el cine. No podía uno imaginarse lo que iba a venir luego, o sea la parejita hilarante.
Ignoro si el Flaco sin el Gordo tenía algún sentido. Tendría que ver, para saberlo, un filme que mostrase al Flaco desvalido, sin Gordo que le ladre. Y eso no me ha ocurrido todavía.
-¿Tampoco será para tanto esto que usted dice de ver al Gordo él solo?
Pues mire lo que le digo: a mí me llamó la atención. Después de mucho zapear y no encontrar nada interesante, la presencia del Gordo en una película que no era, ni por asomo, del Gordo y el Flaco, dio por buena la velada. Para que se vea que el común parejero de ciertas parejas -sin obviar a las matrimoniadas- llega a imprimir tan peculiar carácter, que no concibes aislada y solitaria a la persona.
La imagen de dos en uno es frecuentísima en la zoología humana.