García Martínez – 24 noviembre 2005
Es verdadero que el conjunto de los españoles, mirados someramente, disfrutan hoy de un bienestar material mucho mayor que el de hace, pongo por caso, treinta años. Por eso se habla con tanta desenvoltura de la sociedad del bienestar.
Esto se nota más cuando vemos la miseria de esas gentes que llegan en patera a las costas del país. Viendo las imágenes que aparecen en la tele, algunos paisanos le tiran un viajecico al wkisky, allí en al saloncito de su casa, y suspiran: «Ay, Señor, aquí sin embargo qué bien se está». Y entonces se comprueba en las propias carnes el enorme bienestar del que gozamos
-¿Y qué? ¿Eso está mal?
Pues, hombre, ni mal ni bien. Pero, hasta que no demos a los pobres el 0,7 por ciento que reclaman, siquiera a unos pocos les remorderá la conciencia.
Penas aparte, ahora se vive mejor en España. Por eso nos confunde tanto el hecho de que haya gente infeliz.
-Será por la molicie en que caemos, pues el dinero no da la felicidad.
Está bien traído lo que dice el lector. Significa que a lo mejor nos hemos afeminado, que nos falta nervio (que no nervios) y que tantas comodidades nos hacen a la postre infelices. Esto es filosofar. Por lo barato, desde luego, pero filosofar. «De tanto como tiene -se dice- la gente no es feliz». Pues yo que sé. Pero, si eso es así, ¿por qué, en teniendo mucho, aún deseas tener más?
El grado de bienestar alcanzado por la mayoría se puede medir de muchas maneras. El Estado lo hace, unas veces, con la estadística. Otras, con las encuestas. Así, el grado de satisfacción de una persona concreta, como puede ser Zapatero, se suele evaluar por lo que cuenta el CIS, como lo llaman.
Hay fórmulas más sencillas, como son las recalificaciones terrenales. O las cuchillas de afeitar. En la postguerra, el hombre (también ciertas mujeres) cambiaba cada cierto tiempo su cuchilla de afeitar. Acordarse de la Palmera. Sobre todo de la Palmera platino.
Hubo quienes aguantaron varios años con la misma hoja, que hasta se oxidaba y todo. Al mejorar los tiempos, mejoró también la calidad de las mismas, pero el usuario, paradójicamente, las desechaba antes. El día en que las cuchillas se usen para un solo afeitado, habremos alcanzado el cénit.