García Martínez – 18 noviembre 2005
Después de tantos siglos de desencuentros e indecisiones, la autoridad nos ha hecho saber que se dispone a regenerar la bahía maldita de Portmán.
-Comprenderá que no me lo crea.
Bueno, algo de eso me sucede a mí. Pero, en fin, vamos a suponer por un momento que está vez va en serio. Por lo visto se van a reunir la familia, el municipio y el sindicato, como decía Franco, para aportar la definitiva solución. Y a gusto de todos, que esa es otra.
Lo primero que tienen que hacer, ellos y nosotros, es conocer la ex bahía de Portmán bien conocida. Y esto no se consigue -en contra de lo que algunos piensen- subiéndose a lo alto de las terreras para tener desde allí una panorámica más ilustrativa.
En el caso de Portmán no queda más remedio que patear los estériles tantos años allí apelmazados, duros como un metal. Sobre todo si la excursión se realiza en pleno agosto, después de tomarte un copioso caldero…
-¿Con ajo?
Sí, claro. ¿Cómo, si no, te va a subir el sabor del ajo hasta el mismísimo galillo, mientras que el sol te pega pescozones en una cabeza ya demasiado calva? Este viaje del descubrimiento de Portmán lo organizó Angosto, que es hijo del lugar. Aludo a ese ciudadano que, sin cobrar ni un duro -al revés que los diputados-, lleva desde el año 82 asistiendo a los plenos, inasequible al desaliento, el jodío de él.
Fue como ir al Infierno. Sólo nos faltó ver la barca de uno que le dicen Queronte. ¿Dios mío! ¿Qué desastre! ¿Qué obra tan de los humanos, por así decirlo, que no del Señor! Entre extraños y feos arbustos, cayéndote el sudor a chorros, te entra como un mareo viendo el crimen que se ha cometido allí. Toneladas y toneladas de tierra bajo tus pies, que vaya usted a saber quién las removerá y se las llevará.
-Una solución sería dejarla allí y acondicionar todo lo demás.
Ya empezamos. Es verdad que tienen pensada también una solución parche, que consiste, pues en eso, en parchear. Ellos sabrán. Hagan lo que hagan quienes nos mandan, todo buen murciano viene obligado a echarle un ojo a aquello. Aunque no en agosto, ni después del caldero, ni con tacón alto…
-Una cosa que esté bien.