García Martínez – 16 noviembre 2005
Tengo para mí que, desde que se murió Franco -si es que se murió verdaderamente-, el concepto que más caña ha recibido en este país es el de la sufrida democracia.
Para mal o para bien, sobre todo para lo primero, todo el mundo, pero principalmente los malos políticos, se pone en la boca de contino la palabra democracia. Esto es democrático, esto otro lo es menos, yo soy demócrata (y yo más aún, pues lo soy de toda la vida)… En fin, ¿qué le voy a contar al lector que él no sepa?
-Pos na. ¿Qué me va usted a contar?
Eso es lo que le decía. Bueno, pues, todo esto no son sino ganas de estropear el sistema. De donde se deriva que existen demasiados estropeadores de la democracia (y perdón por el barbarismo). Porque, quieras que no, la democracia responde a una manera de ser. Si tú no te comportas democráticamente, la democracia sufre. O brilla -como está brillando entre nosotros- por su lamentable ausencia.
Dicen: «España es un país democrático». Pues, mire usted, no. Lamento expresarlo tan crudamente, pero no. Sobre todo de un tiempo a esta parte, nos estamos comportando como unos idiotas. Unos falsucos. Unos tíos mierda que proclaman una democracia que, en la realidad de cada día, «no esto, no es esto», que dijo Ortega.
A los políticos y asimilados (que hay muchos estos, ¿eh?) se les llena la boca de democracia, pero, en sus hechos, son unos mandangas. Y como el ejemplo que dan es tan nefasto, nos encontramos con que también entre la masa que somos nosotros sucede algo parecido. Entre el público en general, la ausencia de democracia se manifiesta en la falta de civismo. Pequeñas cosas, si usted quiere, pero que son indicativas de un mal mayor. Los que hablan en voz alta en el cine, los que llaman a alguien desde la calle tocando la bocina de su coche, los que jamás ceden su derecha, los llamados piquetes informativos, los que les pegan a las mujeres, los que no saben pedir perdón, los que se cuelan en la colas…
-Pero todo esto, maestro, es peccata minuta.
Esa es la equivocación. Porque, cuando esos que digo llegan, por las mañas que fueren, a tocar poder, su estulticia ayuda al deterioro del sistema y propicia ese tejer y destejer inútil que es hoy la democracia española.