García Martínez – 15 noviembre 2005
He oído por la radio que, no sé bien dónde, la gente ha decidido llevarse el móvil en el ataúd. Cuando llegue la hora, claro. Como la escucha ha sido de refilón -desde el servicio, vaya- no tengo claro si se trata de los irlandeses o de los holandeses. Para el caso es lo mismo.
Esto tenía que ocurrir tarde o temprano. La técnica avanza tan a toda prisa y penetra en el personal de una manera tan contundente, que nuestras costumbres acaban acomodándose a ese fenómeno que, según dicen, tiene que ver con el progreso.
Si nos fijamos, la implantación del teléfono móvil ha cambiado nuestras vidas. En lo tocante a comunicarse entre sí los humanos, la sociedad actual no tiene nada que ver con la de hace sólo unos años. Por un lado, esto es algo beneficioso. Pongamos un ejemplo positivo: cuando tú te vas de viaje, tu familia (sobre todo las madres, que son las que más sufren), ya no estarán con el alma en vilo, esperando a ver si te has accidentado. Basta con servirse del móvil para quedarse tranquilas.
Pero también hay aspectos negativos. como la móvilpatía, en virtud de la cual el chisme se convierte en tirano y tú quedas reducido a la condición de esclavo suyo. Pero esto pasa con casi todo. Y como el problema tiene mala solución, ¿para qué vamos a menearlo más?
Se veía venir, ya digo, que antes o después el móvil acabaría conquistando el cementerio. Los holandeses, los irlandeses o quienes quiera que sean se llevarán el móvil al otro mundo, si podemos decirlo así. Lo mismo que a los faraones muertos les ponían bocadillos para el definitivo viaje, a los muertos actuales les echarán el móvil en la caja.
Pero, claro, tenemos que las baterías se descargan. Y entonces, ¿qué?
-Pues, nada, que se carguen ellas solas con energía solar.
¿Hombre, no! Cómo vas a tener a los pobres muertos fuera de su tumba, esturreados por todo el camposanto y tumbados al sol. ¿Vaya un espectáculo, querido amigo! No puede ser. A mí eso no me preocupa, porque a no mucho tardar inventarán, si no la han inventado ya, una batería para la eternidad. O, mejor dicho, la batería eternal.
De esa manera podrás preguntarle al muertecico si se encuentra en el Cielo, en el Infierno o en el Purgatorio.