García Martínez – 14 noviembre 2005
Las plagas aquellas de Egipto son una broma en comparación con las que viene padeciendo la pobre Murcia. La peor de todas es, sin duda, la falta de agua. No se me diga que soy un pesimista y, como consecuencia de ello, un triste. Si es que hemos padecido hasta una invasión de langosta, ¿hombre, por favor!
Ahora se nos anuncia otra que no es minina. Tenemos que un bicho -un puto coleóptero, vaya-, una especie de escarabajo que responde por picudo rojo, se dedica a matar palmeras. La gracia no es pequeña. Dicen que ya ha pasado por Elche haciendo estragos. Y que viene para acá que se las pela.
Vamos a reflexionar. Si, por no tener caudales, la Región se va convirtiendo poco a poco en un desierto, lo menos que puedes pedir –como pasa en casi todos los desiertos- es que haya palmeras. Algún pequeño oasis aquí y allá para refrescarse. O para que se mantenga medio vivo el paisaje. Aunque las cosas te vayan mal, las palmeras nos alegran la vida. Tan airosas, tan flexibles, tan poéticas, sobre todo si les pones la Luna detrás. Acordarse de aquello tan bonito que dice: «Si la palmera supiera…»
Por lo visto, el picudo rojo se come lo de dentro con unas mandíbulas que no paran ni un momento. «¿Ñan, ñan, ñan!», como hacía Carpanta en el tebeo. Y las dejan, como quien dice, liquidadas. Porque si se jalaran nada más que los dátiles, pues, bueno, tírale que va. Referente a cosechas, cosas peores nos vienen sucediendo. Por ejemplo, que te paguen la mercancía en el árbol a veintidós y se venda en los supermercados a dos mil doscientas veintidós.
Acerca de la más rabiosa actualidad murciana, muchos comentan: «Con tanto construir y construir viviendas, ¿qué pasará con la agricultura?». Mire usted: no nos engañemos. La agricultura se hunde, no por las viviendas nuevas, sino porque los frutos se venden por debajo del costo. Si no funciona el agro, ni tampoco hacemos casas, pues apaga y vámonos.
Esto del picudo tiene mala sombra porque, al cargarse las palmeras, se echa a perder el paisaje. Y un aliciente para el turista que ocupe las urbanizaciones nuevas es la existencia de palmeras, además de esos verdes campos del Edén que se siembran para el golf y que, sin duda ninguna, alegran la vista.
Quedarse sin palmeras sería una catástrofe para Murcia. Y más aun teniendo como tenemos ahí al lado los palmerales de Marruecos. Dicho sea de paso, también están allí, luciendo esplendorosas, las plantaciones que, por circunstancias, huyeron de Murcia.
Es para preocuparse.