García Martínez – 9 noviembre 2005
En los tiempos que corren, la mayoría de las noticias malas nos pasan sólo raspeando. Apenas nos afectan y raramente hieren nuestra sensibilidad. No nos escandalizan. Y eso suele ocurrirnos incluso ante sucesos más que escalofriantes. Recibimos ya tanta y tan tremenda información diaria, que parece como si se nos hubiera helado el corazón.
Hace sólo un par de días, los medios nos han traído la nueva de que los familiares de unos accidentados en carretera tuvieron que recoger ellos mismos parte de sus despojos. ¿Día y medio después del accidente! Es para… En fin, no se me ocurre nada.
Esto pasó en El Algar. Si te fijas, viene a ser aún peor que lo que sucedió hace meses con el avión en el que regresaban a casa los soldados españoles. En aquella circunstancia, mezclaron los restos de unos muertos con los de otros. Eso está muy mal, pero ¿qué decir cuando las diversas partes de un cuerpo destrozado permanecen desparramadas? Y no durante las horas inmediatas al suceso, sino mucho más tarde.
No sé bien a quién corresponde recuperar esos trozos de carne humana repartidos por aquí y por allá. Se supone que a cualquiera menos a los pobres familiares. La noticia nos dice también que estos hicieron entrega de su espeluznante cosecha al forense. Como si devolvieran el casco tras consumir una bebida. ¿Qué sarcasmo!
Se conoce que nos hemos acostumbrado a todo, porque la noticia sólo nos ha rozado como otras tantas de menor entidad. Sólo imaginarlo produce horror. Un sobrino, un hermano, un primo que, después de rebuscar aquí y allá, se presenta con una mano, un pie, qué se yo, de su familiar fallecido el día antes. ¿Se le ha ocurrido siquiera a quien corresponda dar asistencia psicológica a las personas derrotadas por este trance?
El estado de ánimo de esa gente debe de andar igualmente por los suelos. Y, ahora, hagamos un poco de literatura: esto fue que alguien se agachó para cortar una flor y lo que obtuvo fue el dedo corazón de alguien querido.
-No lo diga de esa forma tan brutal.
¿Ah! Es mejor que nos administren la noticia enfriada a través del argot de la prosa oficial, policial, judicial o periodística.
Esa que ni sufre ni padece.