García Martínez – 6 noviembre 2005
Esto fue que vi por la tele, en el programa de la Campos, donde trabaja de tertuliana, a la que fuera ministra con el PP, doña Ana Pastor. La señora, que por algo tiene carica de pájaro carpintero, dicho sea en plan de halago, nos hizo saber que no se dice gripe aviar, sino gripe aviaria.
Le asiste en eso a la dama toda la razón del mundo. Si echas mano del diccionario verás que el término aviar se refiere, antes que nada, a disponer alguna cosa para el camino, o sea la tortilla francesa y el filete empanado con que se amenizaban, cuando Franco, los viajes en la tercerola del tren.
Aviario, en cambio, es “lo perteneciente o relativo a las aves, y principalmente a sus enfermedades”. Todo esto lo cuento para que sepamos lo más posible acerca de la gripe esa. Lo peor es que no se sabe todavía cómo quitársela de encima. Usando aviar y aviaria, podemos componer una bonita frase que diga: “Aviados estamos con la dichosa gripe aviaria”.
Nadie tiene la culpa de que exista la gripe aviaria. O eso, al menos, pienso. Es una cosa, como si dijéramos, del cuerpo. Del cuerpo de las gallinas y, si la cosa se pone fea, del cuerpo de los humanos. Algunos, en cambio, están tirando chinicas con muy mala sombra, pues van diciendo por ahí que quien tiene la culpa de esta enfermedad es el Gobierno. Por ahí no paso. Yo soy de los convencidos de que, si mandara el PP, también habría gripe aviaria en el mundo.
Los gobiernos tienen mucho que purgar, pero no es justo achacarles fallos de los que no son responsables. Aparte de que los gobernantes son tan sensibles, que ni siquiera los errores suyos se avienen a aceptarlos.
La otra noche, en el Congreso de los Diputados, Zapatero pidió turno para enumerar, con mucho cabreo, los insultos que, según él, le ha dirigido últimamente Rajoy. Fue algo inesperado, como si el Presidente necesitara desfogarse. Y eso es porque a los poderosos se les hiere en seguida la sensibilidad.
Por lo que vemos los de a pie, los políticos de una y otra bancada -como dice Manuel Marín- se largan mil perrerías entre ellos. Por tanto, el disgustazo sorpresa de Zapatero más me creo yo que se debió al cansancio por la durísima jornada parlamentaria.
-Que estaba hasta los cojones, vaya.