García Martínez –11 septiembre 2002
A las catorce horas cuarenta y seis minutos de ahora hace un año estaba yo en mi sillón, tomándome el descafeinado. (Y menos mal que era descafeinado, pues la que se nos vino encima iba directamente a los nervios). En la tele comparecía una presentadora rubica ella, con cara de buena persona. Y, de pronto, el follón. La torre aquella, hecha una bengala.
Doce meses más tarde, mi situación era la misma: en el sillón y con el cafelico sacarinado delante. Eran las catorce horas, cuarenta y cinco minutos y treinta segundos. Estaba –como tantísimos otros, aunque no lo digan– esperando a ver si, cuando dieran las catorce cuarenta y seis, pasaba algo gordo. Bien dentro de los EE.UU. bien fuera de los EE.UU. Mas no hubo tal.
Rememoraciones con gaiteros aparte, lo que toca ahora mismo es dar gracias a Quien Corresponda por seguir contándolo. Esta es la cosa.
La verdad es que apenas entro en el Internet. Lo diré claramente: no entro nada. No presumo de ello, desde luego, pues sé que, antes o después, el signo de los tiempos hay que acatarlo. Pero no me siento a gusto chateando, ni parecido, en el chisme. Para colmo, habiendo entrado ayer mismo por leer lo de Umbral, me topo con que hay un recuadrico en color e intermitencia, a la derecha de la pantalla, aconsejándome no sé qué cosa. Y no he podido acabar la lectura, porque el anuncio que digo me estaba poniendo a punto de explotar.
Ya está bien de que te achuchen con las informáticas y las digitales. Mira los del Canal Plus. Encima de que les pago, de cuando en cuando me sale un letrero diciendo que resintonice. Pero no una vez, sino un millón. Cuando mudo de canal. Y, si no haces caso, el letrero tarda más tiempo en retirarse, con lo que la molestia va en aumento.
Vamos a ver: si no quiero resintonizar, ¿qué pasa? A ver: ¿quién suelta la pasta? Supongamos que me gusta la tele sin resintonizar. O yo no sé hacerlo y tiene que ser la chiquilla la que, cuando le venga bien, resintonice. No den el follón, hombre, desde la central. ¿Pero quiénes se han creído que son para irrumpir así de burdo en mi intimidad?
A mí no se me ocurre llamar por teléfono al señor Polanco a las cuatro de la madrugada, diciéndole que ya es hora de levantarse. Es que no se me ocurre.