García Martínez – 11 julio 2002
O que hoy nos toca comentar entra de lleno en la que podría denominarse espiral salzillera o salzillesca, por tener que ver con los salzillos. Anda que, cuando la actualidad –la noticia, vaya– dice de cebarse en un tema concreto, ya te puedes santiguar mil veces, que eso no hay quien lo pare.
Está ocurriendo con la Cofradía de Nuestro Padre Jesús. Se pasan mil años sin que aparezca en los papeles –salvo el Viernes Santo en la mañana– y, de pronto, ¡zas!, la tenemos en el candelero informativo todos los días que Dios amanece. Bien porque hay que nombrar un presidente, bien porque el juez manda que se embargue la taquilla del Museo donde se guardan las imágenes del genial escultor.
Esto último acaba de producirse. Y, según yo me creo, tiene carácter de suceso insólito. Y, además de eso, tremendamente peligroso. Porque, claro, empiezas embargando la taquilla –que, en realidad, no es dinero– y acabas queriéndote llevar al mismísimo San Juan.
—¡Eso sí que no! Mire lo que le digo: a San Juan, ni tocarlo.
San Juan luce ahora, aunque sólo temporalmente, donde Huellas, en la Catedral. Algunos dicen que, burlando la vigilancia del comisario Belda –que lo es de la exposición–, se ha visto a ciertas personas, con gabardina y sombrero, merodeando en torno al santo. Pero digo yo que los embargantes no visten de esa guisa. Dicen las lenguas que, por si las moscas, San Juan está señalando hacia el paso Nuestro Padre Jesús, que también se encuentra allí. Lo que intuyo que propone el buen San Juan es que, si hay que llevarse embargado a alguien, se lleven a los sayones que azotan inmisericordes a Nuestro Padre.
Es probable que también hayan intentado alguna acción, en el Museo, contra el Ángel de la Oración de Huerto. Si se fijáis, también él está señalando con el dedo, como si dijese: «A mí, no. Vayan ustedes a la Catedral, que andan por allí San Juan y algunos más».
La cosa es que todo lo que tiene que ver con la popular Cofradía está tomando últimamente muchísimo copero. Mira, sin ir más lejos, la pugna electoral –tan enconada, en fin– entre Peñafiel y Díez de Revenga (o entre Díez de Revenga y Peñafiel). Ahora están mudos.
—Como que los tiene trincados y amordazados el señor Obispo.