García Martínez – 22 abril 2002
Terremoto, seísmo, conmoción, increíble… Con estas palabras, en caracteres muy grandes, han contado a los franceses sus medios informativos el suceso de las elecciones del domingo. El asunto es tan tremebundo que ha puesto a temblar a un país que presume de ser más demócrata que cuando enterraron a Zafra. La France se ha topado de la noche a la mañana con que, a la hora de elegirle presidente a la V República, el gordo de la extrema derecha ha mandado a la cuneta al enjuto de la izquierda moderada.
Lo acaecido es tan pasmoso que incluso en esta Murcia nuestra ha causado impacto. Ayer no se hablaba de otra cosa en la Trapería capitalina, en la calle Mayor cartagenera o en la Corredera de Lorca. En esta última, con mayor énfasis, ya que quienes gobiernan el Ayuntamiento son de Jospin (dígase Yospén). En el caso de Murcia no había ni una sola silla desocupada a las puertas del Casino. Todo este cirio ha dado lugar a que los irreconciliables se bajen del burro. De tal manera que los líderes socialistas y los líderes de los Verdes han pedido a su militancia que vote a Chirac en la segunda vuelta. Estos son los sapos que hay que tragarse cuando uno se confía.
La democracia lo que tiene es que hay que estar siempre atento. Pasa con esta modalidad política lo mismo que con el coche: si te descuidas, en dándose ciertas circunstancias (tampoco muchas), te la pegas. Aquí no es Jospin quien se ha confiado, sino sus partidarios. Comoquiera que el Maligno no descansa, basta que te repantigues un poco para que, sin quererlo, te quedes torrado y, por lo mismo, indefenso.
Tú vas por la vida de demócrata, ¿no? Y pasados aquellos años de la transición –en los que quien más quien menos estaba acojonado y vigilante– llegas y te dejas llevar por la molicie. Esperas que el vecino, más diligente, haga el papel que te corresponde a ti. Por ejemplo, ir a meter la papeleta en la urna. Puede ocurrir que otros muchos se queden también en casa. Y, al final, ¿quién es el que vota? El enemigo.
Está luego lo que encierra de trampa la primera vuelta, que limita la contienda en dos candidatos. Te dices: «La definitiva es la segunda. En esa sí que cuenta mi voto». Pero en esa, ¡ay!, ya no estará Jospin. Al menos por esta vez.