García Martínez – 12 julio 2002
Alguien, en algún momento del recorrido por la exposición –persona conspicua de la Cajamurcia o no–, debió de pensar: «Hombre, la verdad es que podría quedar redondo que Huellas se liquidara con la presencia y la voz de Ainhoa Arteta».
Ignoro en qué punto del itinerario vino la idea a la mente de quien fuese. Quizás por donde se exhibe la Virgen de la Leche. O cabe los instrumentos musicales antañones. O viendo relucir las custodias que desfilaban entre cánticos, cuando el Corpus era todavía el Corpus. O ante la figura –que es la figura por antonomasia– del apóstol San Juan. O estando el sujeto en el centro geométrico de la energética sacristía.
Quiero decir que la idea de traer a Ainhoa Arteta para poner el punto y final no se le debió de ocurrir a quien se le ocurriese mirando la fachada del Moneo. Tuvo que ser –si de fachadas divinas hablamos– justo con la de enfrente.
Aunque más me inclino a pensar que fuera en el interior del templo donde se le encendió la bombilla. Y eso porque, tal como la han dejado, la Catedral estaba pidiendo gritos que le trajeran para la despedida un bombón como lo es Ainhoa. La cual tiene, encima, vinculaciones murcianas, por ser sobrina de Mariví, esposísima a su vez del pintor Manuel Avellaneda, que no se la merece.
O sea que todo casa. Ya sólo faltaría que Ramón Ojeda, presidente de la entidad, le tocara el piano. Y que Carlos Egea, director de lo mismo, le fuera pasando las hojas de la solfa. Mas no será preciso nada de eso, porque al piano estará alguien de más garantía musical, como es Aurelio Viribay.
Con la Catedral como escenario, rodeada de santos, Ainhoa será el ángel del Señor que nos anuncie al Espíritu Santo, así como que el gran suceso Huellas toca a su fin. La Catedral, con todo su atrezo y coreografía, es marco ideal para una mujer que también canta con el gesto. Que me acuerdo yo cuando interpretó en el Auditorio aquella romanza. Y sólo con mover una miaja la cintura me pareció que el escenario se llenaba de mozas y mozos ataviados de típico, bailando delante de un foro de árboles.
Quiero decir que me dio la impresión de que la zarzuela cobraba vida, representándose con todo su elenco, para pasmo de Villegas, sólo porque Ainhoa había hecho un leve, gracioso movimiento.