García Martínez – 5 enero 1994
No sé por qué, pero desde que Mario Conde se arrimó a las candilejas, nunca he dejado de relacionarlo con El crimen de Pepe Conde. Se trata de una película de 1946, que servidor la vio siendo un crio. Sólo recuerdo que salían Paco Rabal (el del arroz con conejo) y quizás Miguel Ligero. Aquella producción me impresionó. Quiero decir que me inquietó durante un tiempo. Aunque desconozco la razón.
Ahora que en Banesto ha pasado (¡tacatá!) lo que ha pasado, me llena la cabeza El crimen –que no será tal- de Mario Conde. Lo cual no deja de ser una tontería. ¿Qué tendrá que ver un viejo celuloide de postguerra con este peliculón bancario en panavisión y todo? La mente es tremenda. Establece extrañas asociaciones al buen tun-tun, sin que pinte nada el albedrío del particular que uno es. Y yo llevo ya varios días –coincidiendo en el tiempo con el follón este de Conde –esclavo de una curiosa relación imaginada entre Pepe Conde (de cuya biografía ni me acuerdo) y Mario Conde. Apretando mucho las tuercas del cerebro, me viene vagamente a la memoria como entre neblinas la figura de un Pepe Conde de aire córvido. Le cuelga de los hombros una capa negra de satén que parece cartón, porque no se menea, ni nada, sino que va tiesa. Al contrario del conde Drácula, que la mueve garboso por los bajos, como si dijéramos.
En fin: creo que van a tener ustedes que dispensarme…