García Martínez -11 enero 1994
Estamos todas nerviosísimas. Como diría Machín, tenemos una gran nerviosidad. Porque hoy es el día fijado para que se manifieste el señor Conde. De lo que diga –y de cómo lo diga- depende su futuro. No el mercantil (que ese lo tiene asegurado, nos ha jodido). Hablo del futuro social, o sea la consideración que, en adelante y tras el barquinazo, le dispensarán las buenas gentes.
Tiempo ha tenido, el hombre –no me diga que no-, de preparar el discurso. Que se ha encerrado en la finca, el muy señorito, con toda su plana mayor. (¡Menudos cocidancos se habrán comido, con morcilla y morcillo, en estas jornadas tan frías! ¡Y qué copazos de coñaces franceses, mientras, cigarro en mano, contemplaban desde los amplios vitrales los oteros (novas) y los collados (menas)! Así, cualquiera, señor Conde). Hay expectación. ¿No ha de haberla, después de tan sonado cataclismo? Lo malo del evento es que el señor Conde tendrá que explicarse para muy diversos sectores sociales: las jovencitas pijo, los impositores, las amas de casa, los accionistas, los gays, las gentes del “reality show´´, los consejeros de administración y las porteras (aunque casi ya no quedan) de las porterías. Una audiencia – ¿estás en lo que es?- muy surtida.
Yo espero que el señor Conde se las apañe suficientemente bien. Cualquier cosa menos que se convierta, como el otro, en un vulgar payaso. (¡Que te peeego, leche!).