García Martínez -13 enero 1994
El cronista heredó de su padre el gabán azul oscuro. Es el mismo que ahora calza su hijo en Nochevieja. No estamos ante un gabán de alta costura. A pesar de lo cual se le ha considerado una de las siete maravillas del mundo de la confección, después de compararlo con el gabán que trajo Clinton a Bruselas. La madre del tren, y qué patata de abrigo hacía el americano.
Remaniente a gabanes raros, o gabanazos, el lector recordará aquellos que usaban los jerarcas rusos, cuando el sovietismo estaba en todo lo suyo. Una cosa bastucia, mal cortada, sin gracia ninguna. Parecía que iban los tíos –Stalin, el Beria, Breznev y todos esos- envueltos en manta de mula terca. De toda la vida de Dios, los presidentes americanos se han presentado al mundo con una vestimenta moderna, entre sportiva y chic. Según fuese la ocasión, se te aparecían en chándal o en terno gris marengo de corte impecable. Claro, tú estás tranquilamente viendo la tele, ¿no? Y te dan, el arribo de Clinton al aeropuerto de Bruselas. Ves al hombre, tan rubianco y tal, con el gabán de Malenkov, y se te caen los palos del sombraje.
Húndase el comunismo para esto. Pues resulta que, a pesar de lo gordo y del achicamiento de los ojos, Yeltsin parece de Connecticut, en tanto que Clinton de la impresión de haber nacido en la Siberia. ¡Cómo cambian las cosas! ¡Y en qué poquico tiempo!
-No me digas nada.