García Martínez -15 enero 1994
Te tienes que reír. O morirte. Dices: “Bueno, yo me muero, y santas pascuas, porque esto no se puede aguantar, ¿estás en lo que es?”. Tenemos que Clinton –cuyo gabán, insisto, lo veo horroroso- ha viajado a la antigua URSS para firmar, con bolígrafo de oro, la más grande tontada que vieron los siglos. El acuerdo entre líderes para que los cohetes rusos no apunten hacia Estados Unidos, a cambio de que los cohetes de los Estados Unidos no apunten hacia Rusia. ¡Ole con Ole, y viva España!
-¿Y adónde apuntarán?
Primero pensaron que al Tercer Mundo, pues si se escapa el tiro no se pierde nada. Pero alguien de la ONU les hizo reflexionar y han decidido poner la cohetería mirando a un descampado.
Supongamos que, de la noche a la mañana, se nos concediera a los humanos la facultad de volar por nosotros mismos. Podríamos entonces ver el mundo desde allá arribota, ¿no?, como en perspectiva. Nuestra mente estaría limpia de esas perturbaciones cotidianas que no nos dejan ver el bosque de la ridícula realidad. Pues no de otro modo calificaríamos la visión, desde lo alto, de unos seres que discuten hacía dónde deben apuntar unas armas tremendamente mortíferas. Como niños jugando a la guerra. Pero, en el caso de Yeltsin y Clinton, como estúpidos niños jugando a la guerra. ¡Dios, cuánta estulticia! ¡Y eso que estamos ya agarrando del rabo al año 2000!.