García Martínez -16 enero 1994
Algunas veces, las menos, Quien Corresponda te regala con algo la cansada vista. El encuentro ha sido en un carril de la huerta. Entrada en años, bien que sin pasarse, caminaba ella de negro riguroso y llevando en los brazos una hermosa gallina de blanco igualmente riguroso.
Sepan cuantos leyesen que no me invento estas visiones, como podría sugerir alguno que me tenga tiria y pretenda desacreditarme aún más. Esa estampa la he mirado yo con estos ojos. ¡Cosa más preciosa, oye! Toda de luto, la mujer: toda de blanco, la gallina. Acunada como si fuera una criaturita que duerme. ¿Adónde la llevaría? Quiero suponer que no a matarla. Nada de caldos de sustancia para preñadas, que ahora las mujeres fuman y beben como los tíos. Debía de ser, la gallina, de las que llamamos trabajadoras, o sea ponedoras. Parecía, de tan divina, arrancada de las cajitas del caldo: blanca y radiante, igualico que caminaba hacia el altar la novia de la canción. La misma gallina de las barritas de regaliz, que los niños de pueblo llamábamos, puro moro, ¿se acodáis? Digo que te vas a Nueva York, o a Finlandia, o la misma Australia, te gastas un pastón y no encuentras una mujer así con una gallina así.
Ventajas de la provincianidad. Te andan aburriendo con Marioconde, con el pesoe, con los yeitsinclinton y con los ipecés. Hasta que una mujer de negro y una gallina de blanco te alegran, en lo que cabe, la existencia.