García Martínez -19 enero 1994
Llega un día como el de ayer y amanecer el cielo plomizo de gris. Hay nubes que adivinas espesas, repletas de posibilidades. Caen unas pocas gotas. Pero tan pocas que apenas si aprovechan para ponerte los dientes largos. Esto mismo ocurre en Galicia y, antes de que quieras remirar, ya está lloviendo.
Interesaría saber dónde radica el defecto. Tocante a nuestro entorno, los dadores de lluvia se muestran más generosos con Albacete, aunque sin pasarse. Pero lo que es en Alicante y Murcia, que secarral. Yo me quedo mirando atentamente alrededor. Y me interrogo: ¿reclama el paisaje? O sea: si hace llamamiento, o solicitud, o rogativa. Pues está claro que a las reclamaciones de los hombres, ni caso les hacen desde allá arriba. (Y eso que el pobre García Yelo, cabeza de los regantes del Transvase, se pasa las noches enteras en oración. Me han dicho que incluso levita). Tengo la intuición de que, en otros lugares de las Españas, el paisaje pide, demanda su cuota líquida al dios de la lluvia, aquel que lloraba –y ahora más- sobre Méjico. Se conoce que son paisajes más diligentes que este nuestro. Quizás padezca de indolencia, la misma que padecemos –dicen- los paisanos de por aquí.
Quisiera poder explicarme mejor. A ver: que si hay una relación de diálogo entre la tierra y los cielos. Y si esta muestra ejerce. Eso es lo que me pregunto.
Y también se lo pregunto al hermano lector.