García Martínez -22 enero 1994
Estas dos chicas son muy guapas, a pesar de americanas del norte. Dos payesas considerables, que diría Pla. Con la ayuda de la televisión, el cine las ha sentado a la mesa camilla de millones de españoles. Finalmente nos hemos ganado la confianza de la una y de la otra. Son, hasta donde eso es posible, cosa nuestra.
Pero uno –sea por la edad, sea por la circunstancia- se topa con el problema de que las distingue. Y supongo que, no siendo yo ejemplar único, algo semejante ha de ocurrirle a otro montón de paisanos. Cuando digo que no las distingo, no es que no las vea, ni tampoco que no les tenga la consideración que, por sus cualidades, merecen. Se tratan simplemente de que no sé cuál es cuál. Esto es algo que puede plantear serios inconvenientes. Sobre todo de protocolo. Supongamos -insisto en que es sólo un suponer- que servidor tuviera algún tipo de relación personal con ellas dos. Sería tremendo que las confundiera. ¡Hombre! Llevadas las cosas a cierto improbable extremo, tampoco importaría mucho. Pues, como dijo el otro, “en siendo pan, me lo como”. Pero no estaría bien decirles Kim a Sharon y Sharon a Kim. Sería como para quedarse muy corrido.
Tengo yo un amigo que ha trabajado con diferentes percales y en diversas plazas. El cual amigo, para evitar estas quisicosas, a todas les da el mismo nombre. O sea: Bonica.
De ese modo no hay confusión ninguna.