García Martínez -23 enero 1994
Tenemos ya la huelga famosa a sólo dos manzanas. Y quien más quien menos anda preocupado con lo que deberá ponerse. Que ahora no es como antiguamente, cuando la gente iba a la holganza de mero trapillo. Hoy, el menestral procura calzarse la vestimenta que mejor cuadre a cada circunstancia. Es lo que hacía para las procesiones del Corpus y la Ascensión. Mas, como quiera que los eclesiásticos desmontaron tales hermosas fiestas trasladándoles a domingo, las decepcionadas y buenas gentes se pasaron con santo y arreos a celebrar, con raso y yerbabuena, estos paros generales que algunos llaman mortales.
Aun siendo dramática la temática para el común de quienes han de ganárselo por cuenta ajena –digo la reforma laboral-, una huelga no deja de ser en definitivamente una fiesta. Tomarse vacación (por más que se haga con disgusto y con cargo al propio bolsillo) es tomarse vacación. Y eso mueve a llevar el ánimo muy por encima del nivel habitual. Las mozas tienen ya pedida hora en la peluquería. Así, el 27, las mujeres empresarias –y las mujeres de empresarios que se asomen a las ventanas a mirarlas pasar- se chincharan viendo a las obreras tan bien vestidas y mejor pintadas.
Pues no quita lo uno para lo otro.
Un dirigente comunista ya fallecido me comentaba, en los comienzos de la transición, que las trabajadoras de la Europa de más arriba se levantan media hora antes para ir al tajo hechas pimpollos.