García Martínez – 27 enero 1994
Estas huelgas de vísperas que celebran los, así llamados, medios no echan gusto a nada. Carecen de emoción. Hay que holgar –si se holga- el día D. Hacerlo antes o después deviene sosería. No hay piquetes que nos tiren piedras a los esquiroles. Y si sales a la calle en plan huelguista, ¿qué te encuentras? Pues a todo el mundo en su trabajo. Y si gritas alguna consigna, te miran diciendo: “Por ahí va un tonto”. ¡Y para qué contarte si te atreves a enarbolar la pancarta!.
Lo más bonito de las huelgas es la tensión que promueven. Una cierta electrización ambiental resulta muy agradable. Sobre todo entre niños y militares sin graduación. Nada de disgustos, nada de violencias. A lo último, el deseado climax y su consecuencia: el éxtasis social. La holganza laboral requiere, como casi todo en esta vida, una dramatización, una liturgia, con su planteamiento, su nudo y su desenlace. Para esto vendría que ni pintado don José Tamayo, que ya hizo la Antología de la Zarzuela.
No me gusta nada la jornada huelguística de los medios de comunicación. Es como si nos dieran gato por liebre. Y, además, los periodistas que paran en vísperas se exponen a que los vean currar el día que oficialmente toca parar, y les (nos) sacudan en la cresta. Lo cual lleva a que, además de los cuernos, tengas que soportar la penitencia. Para esto de la protesta social, nada como la albañilería. Ahí sí que eres protagonista, porque se nota que has parado: la arena, la plana, el cemento, el capazo, el tío… ¡todos quietos, silencio en la obra!