García Martínez  – 12 abril 2004

No quisiera ser alarmista, pero me  temo que con la cosa del diseño nos la están metiendo. ¿A qué llamamos diseño? Pues al hecho de que aquello que nos poden delante –unas declaraciones, una respuesta, un chorizo incluso–, nos lo fabriquen de modo que parezca que ha salido todo redondo, genuino, perfecto…

El diseño se lleva mucho en publicidad. Si se trata de que compres un coche, al anuncio alude a cuestiones que no tienen que ver con los coches. Tú te embobas y, sólo al final, como quien no quiere la cosa, aparece el vehículo.

Cepsa está dando un spot estos días, a propósito de una tarjeta que te da derecho a descuentos, en donde te repiten hasta la saciedad: para usted que vuelve, ahora que vuelve, con motivo de su vuelta, porque volver es bueno… Más o menos, ¿no? Y tú te preguntas: pero, vaya, ¿de qué me hablan? ¿Quizás de la vuelta de las vacaciones? No se sabe, no te lo aclaran. Te intrigan. Y ni siquiera al final te abren los ojos.

En política se emplea cada vez más el diseño. El otro día, el Rey recibió en la Zarzuela a los representantes de Ezquerra Republicana de Cataluña. Tal como se pudo apreciar, el señor Rovira llevaba ya preparado el titular para la primera página de los periódicos. No sé si todos, pero algunos lo dieron. Y con mucho relieve. ¿Por qué? Pues porque la frase era así como ingeniosa.

A la salida de la audiencia, Carod dijo a los periodistas, palmo arriba, palmo abajo: «Ni el Rey nos ha hecho a nosotros monárquicos, ni nosotros hemos conseguido hacer republicano al Rey?

—¿Y se le ocurrió de pronto al propio Rovira?

Eso ya no lo puedo saber. Pero tanto si fue invento suyo como si no, la frase es típicamente de diseño.

Así lo veo yo: unos días antes, los expertos reciben el encargo de preparar lo que tiene que manifestar Rovira. Y allí los tienes –seis u ocho tíos con buena cabeza–, dale que te pego, consumiendo café a litros, mañana y noche, en los despachos de su agencia, escribiendo y tirando, escribiendo y tirando.

Hasta que, en un momento dado, ¡zas!, se enciende la bombilla. «Ya lo tengo» –grita uno. «A ver» –responden los colegas. El inventor, entonces, suelta lo de republicanos y monárquicos. Aplauden todos y se marchan a descansar.