García Martínez – 18 abril 2002
Algunos políticos se creen en la obligación de largar incluso (o principalmente) cuando deberían callar. Suponen, quiero yo suponer, que el ciudadano está esperando de ellos que se manifiesten en todo tiempo y lugar. Pero andan engañados. La mayoría de la gente no los escucha ni tan siquiera las pocas, poquísimas veces que dicen algo medio interesante.
El parloteo por el parloteo contribuye a que ese desinterés que digo vaya a más y más. Pero ellos son inasequibles al desaliento. En lugar de medir las palabras –práctica tan higiénica– las echan a voleo y, como quien dice, a granel. Así les luce el discurso.
Veamos –que diría el docente– un caso práctico. Por enésima vez, Aznar ha repetido que no volverá a ser presidente del Gobierno. También ha expresado su propósito de no presidir el PP. Y anteayer mismo dio la estocada definitiva, haciendo saber que tampoco será diputado al Congreso.
Lo suyo no admite dudas. Después cumplirá o no cumplirá lo dicho, pues nunca se sabe. Y cada cual opinará de él lo que pueda y deba. Pero, hoy por hoy, a Aznar hay que reconocerle que ha respondido sobre el respective todo lo que se puede responder: ni presidente en el Gobierno, ni lo mismo en su partido, ni diputado siquiera. La única posibilidad que nos queda es que sea senador, pero eso ya sería peccata minuta. Me refiero en comparación.
Hay dos personajes, sin embargo, que no se dan por satisfechos, como no podía ser de otra manera. Aludo a Anasagasti, del PNV, y a Llamazares, de IU. El vasco insta a Aznar a que «se deje de acertijos». El asunto tiene tela. Justo en la ocasión en que se muestra más claro, preciso y contundente, llega Anasagasti y le viene a llamar oscuro. Le exige también que diga de una vez por todas si, a pesar de todo, va a seguir dedicándose a la política. «¡Pero pijo!» –podría decir Aznar, aunque no lo dirá–. «¿Es que hablo en chino?».
Está luego Llamazares, que tampoco es manco. Explica el buen señor, haciendo uso de una perspicacia deductiva infinita, que la decisión de no ser diputado «obededece a su ego (el de Aznar, obviamente), pues se crece al compararse con Felipe González».
Me pregunto: ¿es que estos tíos no tienen na que hacer en to el santo día?