García Martínez -11 marzo 2003
Buruaga lo han pescado para que sea pez en tierra. Más todavía: para que sea Gran Pez. Y mejor aún, del Entierro.
En pobre no sospecha, ni por asomo, lo que se le viene encima. El otro día le comentaba por la COPE a Oché Cortés que andaba lo que se dice pasmado. Porque algunas cosas sí que le han dicho. Y algunos folletos ha leído. Pero él sabe que, en las fiestas que son muy populares, en aquellas en las que el pueblo brilla por su presencia, uno no acaba de conocerlas, ni de entenderlas mientras no se mete en el fregado.
Hay algo que le choca y le intriga, como es el asunto de los juguetes. ¿Cómo se lo podría explicar yo? No es fácil. Sólo puede hacerse con una metáfora. Que podría ser esta: en su esencia, el Entierro de la Sardina consiste en que los sardineros se tiran de la carroza para que se los coma la gente. Aunque algunos desconocedores pretendan que el sardinero es un mindango que va sólo a divertirse, se trata de una visión muy pobre del festejo.
El tripulante lo que hace desde allá arriba es prestar un servicio. Cuando el cortejo inicia su recorrido, en una noche primaveral de 22 grados, los sardineros no viajan de pie, ni sentados, sino en lo alto de una montaña de juguetes que te pinchan por todos los lados. Por eso al otro día estás magullado y escocido.
Hay, entre ellos, quienes le tiran a la bebida, pero también los hay que no lo catan. Unos y otros son apostóles de esta religión profana que consiste en dar e incluso darse a los demás.
—¡Con dos cojones!
Bueno, sí. ¿Por qué no?
—Usted perdone la expresión, pero es que de pronto se me han puesto de punta todos los pelos.
El Gran Pez –mi señor Buruaga– viene a ser el sardinero mayor, el que recibe agasajo y, a la vez, gratitud por haberse tirado a la piscina del Entierro con los ojos cerrados. No se le va a olvidar la experiencia. Se lo dice alguien que la ha pasado.
Lo único que tiene que hacer es dejarse llevar, como en el Tao. Que le mandan tomar atún de ijá con habas, adelante con los faroles; que pastel de carne, pues sin remilgos; que dieciséis chupitos del vino de la tierra, como si tal cosa. Te vienes para acá, Buruaga, y luego, si quieres, se lo cuentas a las Españas.