García Martínez –17 marzo 2003
Vaya un día malo de San José que nos dieron Bush y Sadam. Jamás se viera una festividad tan popular echada a perder por la inquietud que generan los vientos de guerra.
—Habla usted de Bush y Sadam, pero no se coma de vista a Blair y Aznar.
No me los cómo, pero pasa que, una vez que se inicia la contienda, estos dos pintan ya menos. Sobre todo nuestro Aznar, porque al menos el británico ha mandado allí a un montón de infelices compatriotas para que les den caña moruna. Pero nosotros, no habiendo ya como no hay mili, carecemos de reclutas/reclutas a los que echar el muerto.
¿Se acordáis? Fue tremendo. Además de que te podían mandar a la guerra, lo cual ya es la leche, tenías que hacer antes la puta mili, que era más desagradable aún que la lucha en el frente. Porque, claro, lo que se dice luchar podías hacerlo –algún caso se ha dado– en aras de un ideal. Pero, a la puta mili, ¿qué justificación se le puede dar? Te pasas la adolescencia, la niñez y la juventud estudiando para hacerte un hombre de provecho, y luego te mandan a la mili para que vayas todas las mañanas a recogerle el chusco a tu comandante.
—Vamos por partes: al comandante, ¿de quién?
Cada uno teníamos nuestro comandante, y nuestro capitán, y nuestro cabo. Pero eso era un engaño. Porque mucho mi comandante, mucho mi capitán y mucho mi cabo, pero no te dejaban llevártelos a casa. Yo razonaba así: ¿es mío mi comandante? Pues permítanme que haga con él lo que quiera. ¡Ah, no! Los comandantes no se tocan, nene.
Como todo fiel cristiano sabe, San José era un santísimo varón, un pedazo de pan. Aguantaba lo que le echaran. Y sin rechistar. De la garlopa al formón y del formón a la garlopa. Su festividad fue seguida siempre con mucho entusiasmo. Se trataba, principalmente, de comer tortada de postre. Y de anticiparse, al menor descuido, metiendo el dedo en el merengue.
Tal como están las cosas –demostrándose una vez más que los chicos son guerreros–, ¿quién tiene humor para nada? La tortada, con su blanco merengue, debería ser anuncio de paz, como lo es la bandera blanca. ¡Pero quiá!
—¡Vaya un día de San José que nos has dado!
Dende luego.