García Martínez – 16 abril 2004
Hace muchos, muchos años, cuando la España una, grande y libre estaba trincada por Franco, nos pasamos los murcianos más de media vida pensando en el Tajo. Por las noches, metidos en nuestras camicas, soñábamos con un Tajo benefactor que nos iba a salvar de las pertinaces –así se llamaban– sequías.
Quien podía se acercaba antes o después a la imperial Toledo, para ver cómo al padre Tajo abrazaba de contino a la ciudad, como si fuera una novia. Los toledanos se mostraban algo celosos, pues a nadie le gusta que le toquen su río. Y menos sí, amén de tocárselo, le dan repizcos, como tendría que ser después el caso.
—Mire usted lo que le digo: íbamos a mirar el Tajo con la misma lujuria que nos acercábamos a Perpiñan para disfrutar del NO-DO.
—¿Ha dicho el NO-DO en Perpiñán?
—Eso he dicho y eso es lo que mantengo. Pues, en la localidad francesa, de tantos españoles como acudíamos a ver Emmanuelle, ¡válgame la nona, Antón!, te ponían el Noticiario.
Algunos aprovechaban el viaje a Toledo para ir a Perpiñán. Ya sé que no coge de paso, pero, vaya, una vez que te pones en camino…
—Todos los caminos llevaban entonces a Perpiñán, ya lo creo que sí.
Pero volvamos al río, siquiera sea para que con sus frescas aguas nos quitemos el inevitable calentón. Una vez que llegó el trasvase del Tajo, mal que le pese ahora al comandante Bono, nos olvidamos de ese río. Además, El último tango en París ya se proyectaba en España. Y nos enchochamos con el Ebro y la posibilidad de traer a Murcia una pizca de su grueso caudal. Era este un viejo proyecto del famoso don Lorenzo Pardo, con el que estaba de acuerdo el ministro socialista don Indalecio Prieto, que lo era de la República.
—Lo que son las cosas.
Eso mismo digo yo. Pero hete aquí que la Pilarica y la Narbona se aliaron con los aragoneses y dijeron que nones.
Desde hace cuarenta y ocho horas, los murcianos y asimilados nos hemos quitado el Ebro de la cabeza, pues que a la fuerza ahorcan. Y andamos buscando otro río del que chupar algo. Se me ocurre el Duero, que es tan literario.
—Sí, pero lo mismo le sienta mal a don Antonio Machado.