Esas visitas guiadas por las ciudades que todos vamos, como ovejas, detrás de la guía… Muchas veces, vamos detrás de un paraguas cerrado, que vemos a unos metros de distancia en línea vertical, con algún lazo de color llamativo. En ocasiones me ha pasado “seguir al paraguas” y, cuando se detiene, estaba yo inmersa en un grupo de alemanes o de franceses que hacían la misma ruta. Ahora, ya he aprendido, y presto mucha atención al diseño del paraguas que debo seguir para no perderme. O al color del lacito en cuestión. Está también la variante de las banderitas. En nada que uno se descuide, puede verse inmerso en uno de estos circuitos. Rara avis quien, llegada la edad madura, pueda arrojar una piedra por no haberse visto a sí mismo persiguiendo alguna vez un paraguas en algún lugar del mundo.
Y vamos todos tan felices, en grupo, viendo cosas por aquí, por allá. Pero: ¡Todo está bien calculado! Al comenzar, nos hacen una rápida descripción de los lugares que vamos a visitar y, si estamos en Venecia, añadirán: ”Tendremos ocasión de ver con nuestros propios ojos cómo trabajan el famoso cristal de Murano”; Si el destino nos ha llevado a Tánger, entonces el guía dirá: “Veremos cómo se tejen las alfombras y nos invitarán a un té moruno”. Normalmente estas visitas lo serán después de dar un paseo de una o dos horas recorriendo la ciudad. Miden bien el tiempo para que no estemos demasiados cansados ante “el trance” que se avecina y que aún no sabemos qué será. Nos insisten en que prestemos atención a nuestros bolsos y carteras. “Los lugares turísticos concurridos atraen a los ladrones”, nos dicen. Pero lo cierto es que los necesitaremos llegado el momento.
Y ¡por fin!, llegó el momento que nos anunciaron. Entramos en el taller de cristal o en el telar de alfombras. Aquí las variantes son muchas. Yo he llegado a ver pulir diamantes, manejar el arte de modelar el barro o confeccionar perfumes. Pero claro, pronto descubrimos el truco.
Lo que se presentaba como un taller artesanal, en muchas ocasiones es un decorado preparado con casi actores, que están en la antesala de…. ¡la tienda! Sí, nos explican un poquito, pero sólo un poquito (no conviene que la parada se detenga mucho tiempo en este lugar), cómo se trabaja el cristal o cómo se cose la alfombra. Y la ruta sigue, ipso facto, por la tienda que es dónde todos podemos estar, ahora ya sí, sin prisas. Incluso podemos ir al baño (momento que se espera con ansia en estas “excursiones con paraguas”). Si uno quiere dar marcha atrás, ya no puede. La puerta por la que se accedió al taller, se cerró. Dato también calculado. Y la única salida posible es… pasando por la tienda. ¡Donde incluso hablan varios idiomas!
He tenido ocasiones de poder charlar con los guías, fuera de horas laborales. Tengo muchos amigos que lo son. Es un trabajo que requiere maestría para que todo el grupo disfrute de la ruta, pues siempre hay alguno que se cansa antes u otro que se extravía con facilidad y hay que estar pendiente de todos. Y, me contaban que su trabajo, evidentemente, lo abonaban estos “talleres-tiendas”.
Menos mal que son ya muchas las ciudades que permiten otras visitas guiadas sin paraguas. En ellas, podemos ver lo que ya se conoce como: “terceros lugares”. En estas rutas menos comerciales, podemos visitar una librería antigua; una exposición de arte, una calle con historia o un café con solera. Se puede ver la ciudad con otros ojos, con una mirada más cercana al día a día de sus habitantes. ¿Dónde hay que apuntarse?
Y el paraguas, mientras tanto, guardado en el bolso para usar solo en caso de lluvia.