Muchos turistas descartan venir a España en verano porque el calor – sí reconozcámoslo- un pelín abrasador, les desamina. Otros que ya vinieron tiempo atrás y tienen –para la felicidad de la Agencia Tributaria- la condición de “residentes”, con la excusa de las altas temperaturas, aprovechan para ir a sus países y pasar una temporada con sus familias. Los supermercados de la costa están al tanto de esta “gran evasión” de retorno, sobre todo con destino a los países del norte de Europa y, colocan en estas fechas los turrones junto a las cajas registradoras para que se los lleven cual “souvenir” a sus parientes en sus respectivos países.
Este post está dirigido a esos turistas que “se escapan” en verano; No queremos que se pierdan los grandes placeres estivales. Aquí va un pequeñísimo muestrario para ver si se animan y se quedan con nosotros, también en verano. Así es España, abierta en vacaciones.
Se perderán el olor del melocotón. El tacto suave de la arena de la playa calentita (eso sí, llevando cuidado con las horas en que arde. Es cuestión de controlar franjas horarias tan sólo). Los helados (en todas sus variantes). Sobre todo: el “blanco y negro” y el limón granizado (pero el de verdad, ¡por favor!).
La siesta (no comment). El fresquito de las noches en las terrazas. Los paseos en bicicleta (pero que no sea cuesta arriba, eso sí).
Ese instante inesperado en el que se ve una estrella fugaz. Y bajando la cabeza, las luciérnagas escondidas entre los matorrales que se delatan con estas “linternas”. Y ya que estamos en la noche, el olor a jazmín (sí, sí, también su “hermano” igual de oloroso: el galán de noche). Invadir todas las habitaciones de la casa con este perfume: poniendo en un tarrito una pequeña rama. Garantizado queda que no tendremos pesadillas con este truco.
La sandía y su “desparrame” por la boca al comerla a mordiscos. Y, ya que sin querer estamos con el ”rojo pasión”, la sangría (pero bien generosa: con mucha fruta flotando). La paella en el chiringuito. Y también la paella en la casa familiar. Por repetir en estos temas culinarios, no pasa nada, según dicen los nutricionistas más sabios. Miremos si no a los japoneses que nos aventajan cuando de comer arroz se trata. ¡Ah! y si la paella es de esas en las que las patas de los bogavantes “salen” por fuera de la paellera, entonces: ¡apaga y vámonos! Y con la sangría, que venga también el “tinto de verano”. Y, ya puestos, también el “rebujito” si estamos más al Sur.
Oler, degustar, y ¿el oído? Conciertos nocturnos al aire libre. Festivales de teatro. Fiestas populares de esas que, en cada rincón, salen a sorprendernos. Además, si se van en estas fechas, ¡se perderán la canción del verano!
Andar ligeritos de ropa. Y no pasa nada por llevar sandalias con calcetines. No nos vamos a reír. ¡Lo prometemos! Es más, debemos reconocer la patente de este invento por ser el más adecuado para largas caminatas en verano.
Ratos con la familia (¡Ay, esas casas en la playa que “se estiran” y acogen hasta los parientes de tercer grado por consanguinidad!).
Regateos en los mercadillos. Comprar pescado en la lonja (¿Quién da más?). Si se tiene paciencia, salir a pescar. Un paseo en barco de vela. Cine de verano (¡Qué no se extinga “esta especie”, por favor!)
Otros paseos por la orilla de la playa con el agua a la altura casi de las rodillas. Jugar a las palas (y al tenis). Partida de dominó. Y de mus. Un buen libro de esos que olvidamos quiénes somos (porque somos, página a página, otra persona distinta viviendo otra vida).
Baños en el mar al atardecer, donde estamos dentro del agua más de veinte minutos. Con los dedos arrugados al salir. Y también llegar los primeros a la playa y que nos rodeen los peces dentro del agua (las medusas, quietecitas por favor. Y, a cierta distancia prudencial, si puede ser).
Con tanto pequeño placer estival… ¿Les habré convencido? Para asegurarme voy al supermercado a ver si, con un poco de suerte, no ha disminuido el stand de los turrones apilados.