Hoy nos vamos a las playas… ¡italianas! Vamos a conocerlas un poquito mejor.
En España, la franja marítima es pública por lo que somos libres de poner la toalla y la sombrilla allí donde más nos guste. Sí hay algunas zonas acotadas con usos específicos como maniobras de embarcaciones, etc. que debemos respetar. Y zonas señalizadas donde el baño resulta peligroso o prohibido. Son casos excepcionales.
En Italia, una gran longitud de la línea costera funciona a través de concesiones administrativas. El Estado concede la explotación a una empresa que es la que se encarga de su gestión. Y para poder darnos un baño, debemos pagar. Atención pues al cartel: “spiagge a pagamento”, que nos avisa que ir a la playa tiene su coste. Y claro, puestos a pagar, la variedad llega a asombrar. Hablando de sombras, si no queremos ir cargados con nuestra sombrilla al hombro, podemos pagar por una que ya el concesionario tiene en su caseta: “un’ombrellone prego”. La oferta, como les decía, es muy amplia: “e anche un lettino per cortesia” y, con ello van unos euros más a abonar por este ratito de comodidad que nos espera “tumbados a la bartola” en esa hamaca que también hemos abonado. Incluso se paga por la distancia que estemos del mar (si es que conseguimos ver dónde se encuentra). La primera fila lógicamente es la más cara.
Yo he llegado a ver concesiones, donde cada milímetro de arena cotizaba. ¡No había ni un espacio libre! Se pagaba por la ducha tras el baño. Y había que darse prisa, pues con una sola moneda no daba apenas tiempo. En la fotografía se ve la línea divisoria entre dos concesiones. En una de ellas el aprovechamiento del espacio es tal, que… ¡no se ve la arena! En la otra, el concesionario ha dejado al menos un pequeño espacio libre para poder jugar a las palas.
Pero… ¡que no cunda el pánico! Hay otras playas que no están sujetas a concesiones administrativas. Aquí el cartel al que debemos prestar atención dirá: “spiagge libere” que, como su nombre indica, suena a libertad. Son gratis y uno puede poner su toalla donde desee. Claro que esa sensación de libertad anunciada es tan sólo en principio. Pues precisamente por su gratuidad, están a rebosar.
Una tercera variante si no queremos caer en las redes marítimas de la concesión y abonar un precio por cada paso que demos, ni tampoco queremos estar escuchando la conversación del vecino de la toalla, son las playas vírgenes, a las que sólo se puede acceder desde el mar. Es una categoría especial. No pasa nada si no tenemos barco (ni amigo con barco), aún sin él podemos disfrutar de estos rincones estupendos. Les cuento cómo se han organizado y cómo llegar a estos lugares maravillosos.
Desde las playas gratuitas, hay una zona que está llena de pequeños barcos viejos de madera. Son barcos a remos hacen las veces de “taxis acuáticos”. Estos profesionales se pasan el día cual gondoleros venecianos: remando desde la playas gratuitas a las vírgenes, en una travesía de ida y vuelta sin parar. En estos barcos suben todos los pasajeros (con sus neveras, sombrillas, balones). Se tambalean muchísimo, incluso parece que se van a hundir con tanto peso, pero resisten. Y en este botecito hacen un minicrucero para abandonar la vorágine y llegar casi al paraíso. Uno no se puede descuidar porque estos remeros avisan de las horas en las que regresaran a recogerles y, de no estar pendientes, el riesgo es quedarse toda la noche en la playa desierta. Y si la nevera ya se quedó vacía durante el día, entonces ya la cosa puede resultar complicada de sobrellevar.
Yo descubrí estas playas vírgenes casi por casualidad. Accedí remando en kayak con un grupo de amigos. Y como madrugamos, cuando llegamos no había nadie. Pensábamos que tendríamos una playa virgen para nosotros solos. Nos sentíamos casi como Robinson Crusoe. ¡Qué inocentes! Cuando llevábamos un rato empezó -a eso de las 12.00- la hora punta de los remeros, con sus barcos repletos de gente, que iban desembarcando a ritmo que recordaba Normandía. La media de personas en cada bote iba in crescendo, con todos sus artículos para pasar el día entero en la playa. Y fue así como descubrimos in situ que estos “gondoleros” hacían un buen negocio en verano. Es más, al caer la tarde, hasta había colas esperándolos. Nosotros nos evitamos hacer esta cola, pues teníamos nuestro “yate privado” esperándonos (sí el mismo kayak que nos había llevado). Claro que, a la hora de regreso el oleaje era tal, que los remeros sí sabían sortearlo, pero nosotros, volcamos varias veces. ¡Inocencia e inexperiencia iban juntas en nuestro viaje!
Las playas también tienen sus peculiaridades según estén en el Mediterráneo o en el Adriático. En esta segunda línea costera es fácil ver las casetas, como las nuestras en el norte de España. Y tienen un caché especial para pasar en ellas el famoso ferragosto
Ah, y ya para terminar. También hay una diferencia que a buen seguro llamará la atención femenina. En Italia, el estilismo generalizado es el bañador turbo para ellos, los italianos. Da igual la edad que tengan. Así que si ven a algún chico atractivo y no saben si es un italiano o un turista, saldrán de dudas atendiendo a este pequeño detalle de su bañador.