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México lindo y… ¡sabroso!

Hoy jugamos con el “apellido” lindo y querido que atribuimos a México, para adaptarlo a la hora de comer y cenar. El viaje de hoy es al lindo y sabroso México. ¿Tienen apetito? Nos vamos allá y apelamos al grito familiar de… ¡a la mesa!

Deseo que este viaje lo “saboreen” bien. No quisiera yo que sufrieran ningún malestar digestivo. Así que, comenzamos por algunas cautelas a tener en cuenta a la hora de hacer este recorrido culinario.

Lo primero, tal vez seamos muchos los que necesitemos un protector de estómago. Una vez sentados a la mesa y con ganas de probar todo, surge un problema, llamémosle “idiomático”, porque tengo yo mis dudas de si, en la mesa, hablamos el mismo idioma. Les cuento. Cuando vemos un plato, casi todos los españoles preguntamos ipso facto: ¿Está picante? Aunque para integrarse bien, realmente tendríamos que preguntar: ¿Está picoso?

Los mexicanos siempre contestan que “no está picoso” pero, ya les digo, hablamos dos lenguas diferentes. Para lo que ellos no es picoso, para nosotros… ¡nos puede arder al tragar! 

Claro que la cosa les viene desde la infancia. Me contaban que tienen la costumbre de poner chile en los chupetes de los bebés para que los “chavitos” y “las crianzas” se vayan acostumbrando desde pequeños. Estaba con una amiga mexicana en Londres y andaba ella unos días con tristeza. De repente un día me dijo que volvía a ser feliz, que había encontrado “algo” que le había hecho superar de inmediato la nostalgia de su tierra. Me llevó a un supermercado pequeño londinense escondido en una calle donde… ¡vendían chile! He ahí el gran amor que profesan a este ingrediente.

Con esta advertencia previa, ya tenemos la comida delante de nosotros en el plato. Deben saber que uno de sus lemas culinarios reza: “Todo lo que camina, repta o vuela: a la cazuela”. Como ven, pocas especies animales se excluyen de la posibilidad de que no estén cocinadas en el plato que se van a comer. Y todo, está riquísimo. El problema lo tenemos las personas que comemos un poco “con los ojos bien abiertos”. Porque claro, ver un plato repleto de gusanos a la brasa, huevos de hormigas gigantes, ensaladas de cactus, etc. al principio nos hace dudar un poco. Pero son recomendables ¡ya lo creo!

Hay unos lugares que tienen mucho encanto para ir a cenar. Son las Haciendas. Son casi un oasis dentro de la ciudad. Con patios, jardines, rincones decorados con artesanía popular y mariachis de fondo que animan este rato, que resulta verdaderamente delicioso. De tanto que me gustaron, repetí en varias Haciendas. Yo, encantada cuando algún amigo mexicano proponía ir a cenar a una de ellas.

Y si a lo largo de la comida o la cena, hemos logrado salir airosos, aún queda superar una prueba más. Los mexicanos nos suelen advertir, a modo de poner a prueba nuestra valentía en la mesa, que la “Venganza de Moctezuma”… ¡sigue viva! Todo proviene de un ingrediente: el maíz. Estaba exento de impuestos. Por esta razón, resultaba más económico y de ahí que se utilizase mucho en la alimentación. Pero los españoles no lo sometían al mismo tratamiento que los mexicanos. Y provocaba estados de locura, fiebres altas, incluso la muerte a muchos europeos. Hoy, con el paso del tiempo, este “síntoma” se ha traducido en diarreas y toda suerte de daños del estómago al abusar de “lo picoso” si no estamos acostumbrados.

Y si la comida les supo a poco, queda un ingrediente más para tomar después del postre. En este caso: un licor. Sí se trata del famoso tequila. La variedad sorprende. Así que, si algún amigo mexicano nos invita a uno de ellos, lo mejor es aceptar la invitación y contestar aquello de: ¡Ándale! Así, por si fuera verdad que aquel maleficio de Moctezuma siguiera causando estragos, con este licor, lo remataremos del todo al grito de: ¡Viva México!

 

 

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