En el viaje de hoy nuestras orejas serán las protagonistas de la ruta. Nos despejamos un poco la melena (quienes la luzcan) para captar bien la sonoridad de esta ciudad y apelamos al grito de: ¡Soy todo oídos!
Yo no sé a Vds. pero a mí, estas ciudades que esconden sonidos, como los que despliegan de forma natural sus habitantes al hablar, me seducen.
Es bien curioso el mapa coruñés en forma de península. Pues cuando vamos paseando y dejamos el mar a unos pasos a nuestra espalda, lo volvemos a encontrar de frente unas calles después. Para los que amamos pasear por la franja marítima, por aquello de sentir la brisa, el aire puro y mil placeres más, La Coruña cuenta con el paseo marítimo más largo de Europa: ¡14 kilómetros para disfrutar! Atención que, en los días de mucho viento, es imposible caminar en línea vertical. No nos queda otra que inclinarnos hacia adelante desde el tronco hasta la cabeza para contrarrestar la fuerza casi huracana. ¡Ah! Y olvídense del peinado. Quien no desee sentir esta fuerza en el cuerpo, siempre están las calles laterales más resguardas. Yo soy de las que se quedan despeinadas en el paseo.
El acento de los gallegos suena casi a música. A mí me encanta charlar con ellos, no sólo por la riqueza de una buena conversación sino también, por el solo placer escucharles. Así que, vamos a agudizar el oído al máximo en este recorrido sonoro por tres rincones coruñeses donde podremos escuchar, en dos de ellos, el sonido del agua y, en un tercero, oiremos la brisa del mar al chocar entre las ramas de los árboles.
De pequeños seguro que todos alguna vez nos acercamos una caracola al oído para poder oír cómo dentro de ella había quedado atrapado el sonido del mar. Pues bien junto a la Torre de Hércules, hay un parque escultórico compuesto por varias estatuas. En ellas veremos una caracola gigante. Tanto, que –con una pequeña escalera auxiliar- podríamos meter nuestra cabeza entera dentro de ella. Tiene unos orificios que reciben los sonidos. Entenderán por qué esta concha es conocida como: “la guardiana de los sonidos del Atlántico”.
Si dejamos el paseo y nos adentramos ya por el centro de la ciudad, hay una parada para los amantes de la música que visitan La Coruña. Es el Palacio de la Opera. En un lateral, casi adosado al edificio, para contrarrestar un desnivel, hay una catarata artificial que deja sentir el placer de escucharla como si fuera natural. Qué bien pensado está ir preparando el oído con los sonidos del agua de la cascada justo antes de entrar a escuchar un piano o un violín.
Y ya que estamos por el centro, nos vamos a la ciudad vieja. Terminamos este paseo sonoro en la plaza de Azcárraga ubicada justo en el centro. Si antes se detuvieron los amantes de la música, ahora les toca el turno a los devoradores de libros, quienes llegarán a este lugar porque en una calle cercana se encuentra la que fue la casa de Rosalía de Castro. La altitud de la plaza permite sentir la fuerza de la brisa del mar en mayor intensidad. Y al chocar contra los plátanos gigantescos de la plaza, el sonido de las ramas es digno de quedarse un ratito en silencio (hay bares para “amplificar” la dicha del momento con un café o una cervecita) y sentir que los árboles parece que quieren hablar. Es un decir, entiéndase.
Ya de noche, regresaba al hotel oyendo la lluvia caer sobre el paraguas. A mí este sonido me encanta. Parece justo el momento cuando explota el maíz para convertirse en una palomita. Y es que, como ven –perdón, como oyen-, La Coruña tiene música propia.