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Quisiera ser un pez

¿En qué animal te gustaría convertirte? Esta pregunta seguro que todos, de pequeños, la hicimos alguna vez. Pues el viaje de hoy lo es, a un lugar donde aquella ilusión infantil se puede convertir en realidad. En este destino  nos olvidamos de nuestra masa corpórea (sí, también de nuestros michelines) y… ¡vamos a zambullirnos, como si fuéramos peces, en un balneario salino maravilloso! 

Además no necesitamos preparar ninguna maleta. Tampoco hace falta ningún equipo especial de buceo. Las únicas alforjas para ese viaje son un traje de baño, unas chanclas y un gorro. Los tímidos, pueden utilizar albornoz también.

Nuestro destino se encuentra en pleno centro de Gijón. Allí, el Cantábrico, hace de las suyas. Ya nos advirtió en su día Jovellanos cuál era la fuerza del mar en esta ciudad. Es fácil recordarlo. Hay colocada una placa en el paseo marítimo (antiguo Muro de San Lorenzo) con la frase que este escritor anotó a propósito del poder del: “mar, bravísimo. ¡Sublime espectáculo el choque de sus olas contra el paredón!”.  Pero nuestro baño no tendrá peligro. No se asusten. En este balneario, el mar Cantábrico, pierde un poquito su bravura, para convertirse en un lugar nada peligroso. Hasta podríamos decir que llega tener un matiz “caribeño”, por aquello de rozar el paraíso. Nos situamos en mitad del puerto marítimo gijonés y entramos en el balneario “Talasoponiente” para disfrutar de todas las bondades del mar.

Sus piscinas son de agua salina. En una de ellas podríamos decir que estuvimos en un concierto: Uno puede estar escuchando música… ¡dentro del agua! Mientras, el techo va cambiando lentamente de color e invadiendo lentamente el lugar de destellos propios del mismo arcoíris. Si ya de por sí escuchar música es relajante, imagínense que la escuchan dentro del agua.

No es necesario ir al Mar Muerto para lograr la sensación de flotar, en otra de sus piscinas, la gravedad desaparece por completo. En este momento en el que uno está flotando desaparece de la tierra la palabra “problema”.

En el primer telediario de cada uno de enero podemos ver muchos osados que, en el norte de Europa, desafían la temperatura del agua y dan la bienvenida al nuevo año con un capuzón de esos que ahuyentan cualquier resfriado posible para el resto de los doce meses. En este balneario, podremos experimentar en primera persona aquello que tantas veces hemos visto este primer telediario de cada año. Les cuento. En otra de sus piscinas, tenemos también la sensación de darnos un baño como si estuviéramos rodeados de icebergs por todos lados. Es, entrar y salir inmediatamente, pues casi nadie resiste un largo baño en esta piscina. La razón: la temperatura del agua es la mismísima del Polo Norte. Parece que no están atravesando cuchillos conforme bajamos por las escaleras. Yo, al salir, ¡no sentía las piernas! Pero, eso sí, ¡como nueva!

No acaba el viaje ni mucho menos. Podemos darnos otro baño, ahora bajo las cataratas del Niágara, con un poquito de imaginación claro quede. O, cambiar de piscina y perdernos casi por completo entre una pequeña marea de burbujas. 

Lo mejor de todo es que, desde dentro de casi todas las piscinas, podemos ver el mar. Incluso en una de ellas estamos al aire libre, y uno puede estar en una piscina justo en la misma orilla del mar. ¡Brisa fría y baño calentito a la vez!

Lleven cuidado porque el Norte está repleto de estos balnearios salinos. Hay otro saltum per aquam cerca, en la misma franja cantábrica.  Es “Termaria. La Casa del Agua” en La Coruña. Y es que, lleven cuidado, porque esta querencia de ser un pez crea adicción –doy fe-. Allí mi favorita es la piscina remolino, donde la corriente le hace a uno dar vueltas y vueltas sin poder parar. Yo incluso llegué a dar más vueltas de la cuenta porque no sabía cómo salir de este remolino tan divertido. Cosas de no estar del todo acostumbrada a ser un pez. Pero, poco a poco, voy cogiendo experiencia, como ven.

Así que, sólo queda decir, por aquello de animarles un poquito más: ¡al agua ”peces”!

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