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Secretos y escondites en la plaza Mayor de Madrid

Los que tuvieron la idea fueron los Reyes Católicos. Se dieron cuenta de que era necesario crear un espacio común para el comercio pues ya la vida en la ciudad iba adquiriendo ritmo. Por esta razón muchas ciudades españolas cuentan en sus centros históricos con una plaza mayor. ¡A cuál más bonita!

Y claro, la capital de España no podía quedarse al margen. La plaza Mayor tiene una ubicación privilegiada, cualquier visitante que pasee por el centro histórico de Madrid, llegará a ella. Las callejuelas estrechas casi sin quererlo, se encargarán de guiarnos hasta la plaza.

En el centro se encuentra la estatua del Rey Felipe III a lomos de su caballo. La importancia que fue adquiriendo la plaza fue tal, que este “antiguo selfie tridimensional” de bronce verde oscuro dejó su ubicación original en la residencia de caza del monarca, para ubicarse en este lugar donde pudiera ser bien visto por todos los comerciantes que hacían sus gestiones y negocios en la plaza. Cuenta la leyenda que la estatua estaba hechizada. Ningún tendero quería colocar su puesto junto a ella. Hasta que hallaron la razón del hedor que dicha estatua desprendía: Muchos pájaros buscaban el calor del metal y, tras posarse en la estatua, ésta se convertía en una trampa mortal para ellos al no poder escapar de sus zonas huecas estrechas.

El trasiego del comercio estaba bien organizado. Existía una zona para cada oficio. Hoy sabemos cuál era su ubicación pues el nombre de las calles hace alusión a qué se vendía o arreglaba en los accesos a la plaza (calle de los cuchilleros; calle de los alfareros, de los hileros, etc.). ¡Fácil intuir qué comprar en ellas!

Pero esta plaza tiene muchos secretos. Les cuento uno de ellos se encuentra en el subsuelo. En este nivel, la plaza estaba comunicaba con túneles, que conocía al dedillo el héroe local Luis Candelas: Un ladrón que, sin derramar ni una gota de sangre, esquivaba a la autoridad de pasadizo en pasadizo. Actuaba también con el sobrenombre de D. Luis Alvárez de los Cobos para parecer noble y ganarse así, la confianza de los ricos a quienes, después, robaba. Repartía luego sus ganancias entre los pobres de ahí el apodo de parecer un “Robin Hood madrileño”.

Hoy, aquellos escondites se han convertidos en cuevas, donde los restaurantes ofrecen espectáculos de flamenco.  Es por la noche, a la hora de la cena, donde estos recovecos escondidos en el perímetro exterior de la plaza acogen a los turistas. A la plaza le gusta trasnochar en estas cuevas, donde la sonoridad de la guitarra española se crece.

Pero esta plaza también tiene una vida propia matutina. “Se despierta” un poquito antes de las once de la mañana. A esa hora sólo están abiertos unos cuantos ventanales y ya empiezan a tomar sus posiciones las estatuas humanas. Les lleva una media hora poder camuflarse. Me contaba una chica rumana -que luego sería un árbol con muchas ramas musicales- con un escueto vocabulario español que “ya trae casi todo preparado antes”.

Y ya, a eso de las 13.00 horas, -ahora ya sí- alcanza su esplendor: ventanales –a esta hora, ya, muchos-, abiertos de par en par. Y, en las terrazas, también muchas -muchísimas si el día está soleado- mesas ocupadas para la alegría de las cafeterías y restaurantes de la plaza. La plaza aglutina visitantes de muchas nacionalidades, japoneses entre ellos no podían faltar. Es un bullicio continuo. Sólo permanecen quietos Felipe III –por razones obvias- y “las estatuas humanas”. Éstas, entre moneda y moneda.

Pero esta plaza, no es sólo su zona porticada, para cobijar a los, antaño tenderos; Hoy, tiendas de recuerdos. Tiene otra dimensión que está justo fuera de sus muros. Hay que conocerla por dentro y por fuera. Y en este callejear por fuera encontramos el restaurante más antiguo del mundo (que acaba de cumplir 289 años, ¿quién no se siente joven a su lado? Los “notarios” del Libro Guiness dan fe de ello con la placa de rigor en la fachada); una barbería que quedó parada en el tiempo (aunque yo siempre que paso me fijó y veo a jóvenes que se cortan el pelo en ella y me encanta esta querencia por lugares así). Y, sobre todo, el Mercado de San Miguel. Parece que el centro de la plaza ya no gira en torno a la estatua, sino que está desplazándose al barrio de los Austrias. ¡El devenir del tiempo, será!

Esta plaza toca el corazón de mucha gente. Todo empezó cuando una víspera de Nochebuena un abuelo afónico perdió en esta plaza a su nieto, Chencho. Se trata de una historia televisa de esas que dejan huella. Una generación entera de españoles, tuvieron –tuvimos- nuestra primera visión de la Plaza Mayor en la pantalla de televisión en esta escena del extravío de un familiar. Hoy en día, cada año en Navidad vuelve a surgir la plenitud del comercio con la venta de belenes de Navidad. Y seguro que todos los padres que vieron la película, agarrarán con más fuerza las manos de sus hijos, recordando la escena.

Así que, qué mejor lugar que la playa Mayor para desearles: ¡Feliz Navidad! Y, por supuesto, bien agarraditos.

 

 

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