El Mediterráneo es de esos lugares para ir de isla en isla, sin hartarse. El punto de amarre de hoy los tenemos en Capri. Y dentro de la isla, sí, sí, muy dentro, se puede apreciar el azul del mar con una intensidad de esas que jamás se ha visto antes.
Les cuento la odisea. Estaba pasando un verano en Salerno (Italia) con un grupo de amigos españoles e italianos. Todos los españoles estábamos deseando pisar esta isla. En cambio, los italianos, que la tenían cerquísima, no habían ido; Es más, no se animaron a acompañarnos en la travesía.
Al llegar hay unos pequeños botes en los que te dicen que llevan a la “Gruta Azul”. En grupos de unas ocho a diez personas allá que vamos. Pero justo cuando estamos delante de la gruta, indican que el precio pagado no incluye verla por dentro: “Siamo davanti la grotta azurra, chi voglia entrare dovrà pagare un supplemento”. Y claro, después de esta travesía, todos –que creíamos que sí habíamos pagado por verla- terminando con aquello tan marinero de: “¡A sus órdenes mi capitán!”. Y es que… ¡A ver quién se resiste a averiguar qué esconde la isla tras este pequeñísimo recoveco justo cuando lo tienes delante! Pero una vez dentro, este contratiempo del incremento del precio, se olvida ipso facto.
Para entrar, la cavidad (un pequeño agujero, vaya) por la que se accede es de apenas unos cincuenta centímetros de altura, que más o menos es el mismo francobordo del bote. Así que las instrucciones son: todos debemos meternos y encogernos cómo podamos dentro del bote. El capitán, con sus remos controlando la situación, nos dice que le dejemos un sitio amplio que lo necesitará para “sus maniobras”. Nos tiramos todos “al suelo” literalmente. La cueva tiene una cadena por la parte superior de la roca. El capitán se agarra a ella con sus manos, y va alternando una y otra, de forma que empuja con su peso el barco hacia dentro. Él se tira con nosotros al suelo del bote.
Y ya cuando entramos… ¡todo es grandiosidad! La luz que penetra por este agujero tan chiquitito invade todo, hasta cambia el color del agua. La sonoridad es también espectacular. Dan ganas de ponerse a cantar dentro de ella. Y de darse un baño. Pero yo fui en verano y había tal cola de botes esperando, que no pudimos zambullirnos dentro. En ocasiones, cuando sube un poco la marea, la entrada a la gruta desaparece por completo. Así que, tuve suerte dentro de lo que cabe.
Ya para la salida sabemos que tenemos que tirarnos de nuevo al suelo del bote y encogernos en posición fetal. Pero después de tanta belleza, esta pequeña incomodidad no nos importa tanto.
Capri es bonita por fuera: está rodeada de arrecifes espectaculares; muchas terrazas de los bares están escondidas en lo que son tejados de las casas; los jardines son de esos que casi “cuelgan” sobre mar… Si así es por fuera, por dentro no defrauda. Sus cuevas merecen la pena, aunque después de salir tengamos que hacer un poquito de estiramiento.
Si el verano lo asociamos a un color, el azul en el interior de esta cueva es tal, que se debería añadir una nueva numeración en la carta de colores Pantone con la mención: “azul caprese”.