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Visitas guiadas… ¡dentro de un hotel!

 

¿Se imaginan recorrer un hotel con su dueña como guía? Les cuento lo que me pasó.

La vida de los hoteles, no sé a Vds. pero yo, nada más cruzar el umbral de recepción, estoy ya ¡como viviendo otra vida!

Galerías subterráneas

Hace poco estaba alojada en un hotel pequeño, de unas veintiocho habitaciones nada más, en Teruel. En el desayuno la dueña iba ofreciéndonos por todas las mesas dulces típicos hechos por ella misma. Un día eran los famosos “suspiros del amante”: unas tartaletas pequeñas de queso que nos hacían suspirar a más de uno por su ricura.

Otro día eran tartas de yogurt con arándonos y muchos manjares más, de esos en los que una estira el placer del desayuno con agrado.  Y podíamos repetir las veces que quisiéramos.  ¡Cuánta generosidad!

En estas que la dueña nos indicó que al terminar el desayuno comenzaba la visita guiada por las galerías subterráneas del hotel. Ella ya iba provista de pequeñas linternas para todos. ¿Visita guiada? ¿Dentro del hotel? ¿Subterráneos? ¡Se antojaba que el día iba a empezar con su dosis de aventura!

Allí estábamos todos, recién madrugados y ya, con el ánimo de aventura metido en el cuerpo.

Bajamos las escaleras y la luz ya no se veía. Qué bien nos venían las linternas.

Detalles de la decoración que abocan a la nostalgia

Su dueña, Mª José un encanto de persona, nos iba contando mil historias. Había adquirido el inmueble colindante con el fin de ampliar el hotel. Tras obtener la licencia de derribo, nada más comenzar la excavación del solar, vio un gran arco en el sótano. Llamó al arqueólogo quien, tras consultar en el archivo oficial todos los documentos de la fecha de construcción, descubrió que en su día la vivienda había sido la residencia del cura. Al mismo tiempo que la excavación  iba avanzando poco a poco, se descubrió toda una galería subterránea que comunicada la antigua casa del cura con la sacristía de la Iglesia del Salvador, muy próxima situada en la misma calle.

Es más, en este pasadizo estrecho que íbamos recorriendo, una de sus paredes da justo con el lugar donde actualmente está la taquilla para acceder a la Torre del Salvador. Yo había visitado esta torre mudéjar y había quedado maravillada. ¡Una auténtica belleza! Además las explicaciones son de esas llenas de detalles didácticos graciosos. Así que, pensar que cuando compré la entrada está pisando “mi hotel”, vaya que me gustó más si cabe.

La de historias y trasiegos que tuvieron que existir por aquellos pasillos que ahora los huéspedes descubríamos absortos con las cosas que nos iba contando la dueña.

Torre del Salvador: Una auténtica belleza con un secreto en la taquilla

La propietaria ha sabido llevar este detalle de siglos pasados de los sótanos a las habitaciones con mil y un elementos en la decoración. Les dejo un botón –nunca mejor dicho lo de “botón”- de muestra de los interruptores de la luz que a mí me recordaban los de la casa de mi abuela donde me pasaba el día girándolos (y ella regañándome con cariño). ¡Sí, mucha nostalgia al utilizarlos!

Y es que, por arriba, por abajo, en las habitaciones, en el hall… se mire donde se mire, los hoteles están llenos de vida y… ¡de secretos!

Ah, el hotel por si se “aventuran” a recorrer las galerías y sus sótanos se llama “El Mudayyan” que, curiosidades lingüísticas, significa “el que ha venido para quedarse”. Y es que este hotelito es de esos en los que uno, si puede, quiere quedarse más días.

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