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El Museo de Bellas Artes de Murcia… con otra mirada

Lo que los museos esconden

No sé si les ha pasado a Vds. alguna vez, pero eso de recorrer tranquilamente un museo es casi como un viaje sui generis, pues una termina “transportándose” a otro tiempo y a otros lugares.

Y más aún cuando la visita se hace con un guía, entonces ya, ¡la de cosas que se pueden llegar a aprender en este recorrido por las salas! Así me sucedió hace poco. Yo ya conocía “las entrañas” del Museo de Bellas Artes de Murcia. Uno de sus gestores organizaba visitas a los sótanos, almacenes, depósitos donde las obras “dormían” en cajones gigantes. Si ya en aquella ocasión quedé maravillada, en esta otra nueva ruta, la cosa ha ido in crescendo.

Lo que los ojos no ven

Como ven, este tipo de visitas despiertan mucho interés.

La guía ahora era una de las restauradoras que había llevado a cabo la complicada (¡qué digo, complicadísima!) tarea de retocar algunas obras (unas dieciocho aproximadamente) de este museo murciano.

Nada más llegar nos recibió a todo el grupo con las “alforjas” necesarias para este recorrido. ¡Qué bien preparada iba! Unas linternas (con una aplicación en el teléfono “se hizo la luz”) y un turbante ajustable provisto de unas lentes lupa que íbamos usando por turnos y que, casi llegamos a pelearnos porque queríamos tenerlo más tiempo del que nos tocaba. ¡Cómo niñas!

Ya les digo, el motivo de esta visita no era el deleite por el valor artístico de los cuadros y las esculturas. El enfoque era otro: Queríamos ir “casi al núcleo” y ver cómo los desperfectos habían sido subsanados. Esta forma de ver las obras de un museo se parece mucho al juego de encontrar las siete diferencias. ¡Muy divertido!

La restauradora nos iba explicando, con una maestría digna de nivel de doctorado cum laude, los retos que tenía ante sí nada más ver una pieza deteriorada cuándo le llegaba a su taller o trabajaba en los sótanos del museo; Y, cómo tras pincelada por aquí, limpieza por allá, veía la forma de dotar de nuevo de brío este “trocito discapacitado” o dañado de la tabla o de la escultura. Nos contaba cómo algunas piezas sí permiten ser sumergidas sin que se dañe la tinta; cómo otras es a golpe de pincel -y mucha paciencia- como se va haciendo la magia.

Lo que exige la ley

Y eso que la ley se lo pone difícil al restaurador, pues en su intervención debe (ya les digo, por imperativo legal) dejar clara la línea divisoria de lo que es original y de lo que ha sido más tarde restaurado. “Tomando todas las medidas preventivas que sean oportunas”; “evitando confusiones miméticas” y un sinfín de requisitos legales más.

Para eso, en cada obra nos enseñó a distinguir entre el regatino y el puntillismo. Algunas de nosotras, entre ellas esta prenda que les escribe, pensábamos -¡cuánta sabiduría aporta siempre todo viaje!- que estos puntitos blancos sobre la túnica negra de una escultura eran motas de polvo. ¡Craso error!

Entrada lateral al Museo. El tamaño de la puerta (y de la mirilla) a mí siempre me llama la atención

Esas deliciosas visitas guiadas

Yo siempre me he dado cuenta que cuando una persona domina la técnica, pero además, le pone corazón a su trabajo, al final cuando estos dos elementos se juntan, se notan siempre en el resultado final. Y digo yo,  ¿por qué los museos no generalizan estas visitas con los restauradores? ¡Hay tanto de aprendizaje en ellas!

“Abierto por restauración”

Cosa bien atractiva sería abrir una sala al público para poder ver en directo el quehacer de un restaurador. Pero claro, contamos con un antecedente que… ¿Se acuerdan hace años cuando en un museo tenían que desmontar el esqueleto gigante de una ballena para ser trasladado a otro lugar? Fue contratada una empresa especializada en estos menesteres. La prensa fue convocada. Y, justo cuando comenzaban, una fisura en su mandíbula hizo que cayera de un plomazo todo el armazón del cetáceo al suelo. Imagínense: la sala llena de fotógrafos, que levante la mano: ¿a ver quién no habría disparado el flash en aquel preciso momento en el que se caía el pobre animal? Está la secuencia completa: Hay fotos antes de caer, en caída libre, envuelta en una nube de humo… ¡Pobrecica!

No sufran, que los restauradores lograron que todos los huesos de la ballena tras esta caída encajaran de nuevo, incluso el de su mandíbula. Y ha quedado de nuevo intacta. Esta gran obra de restauración también habrá sido digna de un verdadero artista. Yo estoy deseando ir a verla de nuevo. Ya recompuesta del susto.

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PD. Este post está dedicado a Montse por habernos enseñado en esta ruta a tener otra mirada ante las obras de arte. Y es que, detrás de un restaurador hay también ¡todo un artista! 

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