¿Se puede adelgazar viajando? Sí, es posible. Les cuento.
Hacemos un recorrido siguiendo el trazado de las líneas curvas, características de los golosos. ¡Ejem! Porque uno de los “sabrosos” placeres de todo viaje es sentarse a la mesa y… descubrir nuevos manjares.
Ya sea, elegir por fotos (si no entendemos el idioma); por las especialidades de la casa (que nos recomiende el camarero) o bien, señalando el plato de la mesa del comensal vecino (si se nos van los ojos nada más llegar)… ¡Todo vale!
En estos recorridos gastronómicos he observado algunos trucos pensados, tal vez, para que no suframos con la llegada de la operación bikini. ¡Qué detalle!
Y tras un serio y concienzudo estudio, puedo formular una contundente conclusión de naturaleza legal:
1º.- Debo declarar y declaro que:
.-Los platos encojen (misteriosamente) en los lugares turísticos.
A las pruebas me remito Señoría. Aquello tan bonito de: “Pónganos un postre para el centro para compartir”, se antoja complicado cuando estamos en el epicentro de un top ten turístico.
2º.- En mis pesquisas legales a mayor abundamiento debo confesar que he sido reincidente en la comisión del hecho: volví a pedir el mismo postre en otro restaurante diferente en mi ánimo de descubrir la razón de tal misterio. Y esta agravante me permite concluir Señoría que:
.- Más cierto es que en otros lugares sucede otro misterio, si bien justo al contrario pues lo que aumenta es el tamaño del plato para crear una ilusión óptica. Y yo… he caído en la trampa más de una vez.
La pericial aportada (léase Señoría: fotografías adjuntas a los autos, digo, al post) demuestra que si comparamos, a título de ejemplo, una delicia gastronómica típica de Cataluña y tomamos como escala de referencia el tamaño de una cuchara, el aporte de calorías de la crema catalana desciende considerablemente cuando este manjar se cata en un enclave turístico. Eso sí, en el ánimo de compensar este menor aporte, se adjunta una pastita de almendra (los famosos carquiñoles). Y queda compensada finalmente la balanza.
3º.- Según la prueba aportada, las conclusiones obtenidas son:
.- El tamaño (¡ejem!) de los postres para los viajeros golosos sí importa.
.- Se puede adelgazar viajando.
Así las cosas, queda visto para sentencia. ¡Camarero, por favor, cuando pueda, nos trae la cuenta!