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“Vendaval musical” a la fresca

 

Hoy toca desmelenarse. En sentido literal, entiéndanme. Este destino es de esos en los desearemos con ganas que sople viento. Y que lo haga con fuerza, porque se convierte en… ¡música!

Imagínense que un gran órgano se hubiera escapado del coro de una iglesia y estuviera en mitad de un parque. Y que además, tuviera vida propia. ¡Vaya que si la tiene!

Les hablo del parque Sibelius en Helsinki. Se llega a este rincón paseando por la orilla del Báltico donde ya se “notan los primeros acordes”, pues se anticipa un poco la brisa por la cercanía del mar.

La partitura aquí, es cosa del viento

Se trata de una escultura en honor al compositor, formada por unos quinientos cilindros huecos de acero por los que se cuela el viento y, entonces, el parque, sin dejar de serlo, pasa a ser una sala de conciertos. 

Esta “caja de Pandora” no siempre resuena. Los días de calma chica no queda otra que disfrutar del silencio.

Concierto “a la fresca”

La mejor “butaca” para oír el concierto –distinto cada día-, es situarse en lo alto del montículo, pues uno puede ir caminando bajo la escultura y sentir cómo penetra la música por todo el cuerpo y, al estar huecos, mirar hacia arriba y ver cachitos de cielo. Y uno no está soñando.

Cosas del artista que dominaba el trabajo con acero y supo lucir su valía. Cuando yo fui había un grupo muy numeroso de colombianos y ellos disfrutaron tumbados en el parque a la bartola. Y es que la música tiene eso, que cada uno, la aprecia a su manera.

Helsinki es de esas ciudades en las que diseño se ve por todos sitios, se mire donde se mire: en un bolardo en mitad de la calle; en una farola en la estación, en los escaparates… Y, en este caso, en el parque. Al principio esta escultura no gustó mucho. Es de esos “patitos feos de las ciudades” que esconden mucho encanto y que tarda en aparecer. Pero ahora es uno de los sitios de moda.

Decibelios de viento en el parque Sibelius (Helsinki)

Tanto, que todos los bares de madera casi construidos sobre el agua son los favoritos para ver el atardecer. Y entre este “viento musical”, el sol que se va yendo… vaya que en este lugar uno es fácil que se desmelene, ahora sí, léase en sentido figurado. Y ojo al dato que el viento además de despeinar también levantas las faldas. Sí, sí, este rincón tiene un peligro. Avisados quedan. Por algo la escultura se titula: “Passio Musicae”. No digo más.

Maestro, que no pare la música. Digo, el viento, que siga soplando. Que en estos lugares verdes, al aire libre… uno se queda siempre un ratico largo a disfrutar de la vida. Y si hay un bar cerquita para tomar algo, entonces: ¿quién dijo que tenía prisa?

 

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