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La “paleta” de la calle

 

No sé si también les pasa a Vds. Unas de las bonitas sensaciones que recuerdan de su infancia era mirar a través de un caleidoscopio y ver cómo se multiplicaban los colores. Algo parecido nos sucede ya de adultos cuando paseamos por el Viejo San Juan de Puerto Rico: Nos encontramos con un arcoíris a pie de calle, en posición vertical y hasta una altura de media de tres plantas.

La alegría de la casa

De verdad que no les exagero. Al recorrer sus calles se puede ver esta paleta de colores en las fachadas de las casas y da una alegría… Que si la de la esquina es rosa; la colindante verde manzana; lila la del fondo… Y así, hasta completar toda la gama ‘pantone’. No crean que se limitan a los cuatro colores típicos del parchís. 

No falta ni una sola tonalidad. La Oficina de Comisaría es azul celeste; el Instituto de Cultura Puertorriqueña es amarillo plátano. Por supuesto, en la Casa del Gobernador predominan las estancias doradas, con rincones de oro auténtico.

“Del lado de allá”

Si ya pasear por una nueva ciudad es casi siempre un placer, en San Juan se añade esta nota de color. El trazado urbano y cromático sigue el mismo esquema de las ciudades coloniales: dividido en manzanas cuadradas, organizadas en torno a un eje, la plaza central. Sencillísimo para no perderse. Pero encierra un peligro que complica la cosa: si vamos paseando, ensimismados en este museo al aire libre que es el Viejo San Juan y tomamos como referencia por ejemplo “nos vemos allí donde estaba la casa roja”, entonces ya sí, volver a encontrarla puede resultar difícil, porque habrá más de una de este color y, además en distintas tonalidades.

“Mi casa del Caribe”.

¿Qué fue antes: la compra del coche o del carro?

La casa donde yo vivía era blanca. Por el color, me resultaba muy familiar a las nuestras. Pero como estaba invadida por plantas gigantes, yo casi me sentía, más que en la huerta, en plena selva. Este verdor que como les digo, de tan generoso, abrazaba la casa entera, era mi pequeño paraíso que, para más inri, se llamaba “Mi Casa del Caribe”. Con un nombre tan bien puesto y con ese posesivo inicial, a mí me entraban unas ganas de alargar la estancia…

El negro, convertido casi en “rojo pasión” 

Yo me entretenía buscando todos los tonos. El negro no podía faltar. Pero aún así, tiene su toque artístico, bueno más bien, tiene una “pincelada” amorosa. Les cuento. Encontré una pared negra en una fachada, a modo de pizarra gigante que cambia su “tonalidad” según avanza el día: Cualquier paseante puede dejar su notita de amor. Ser un artista, ¡vaya! El antes y el después de cada día era asombroso: Pasar junto a ella a primera hora de la mañana y luego ya, por la tarde, verla llena de mensajes, totalmente transformada. Este cuadro callejero está junto al Teatro Tapia. En las fotografías se puede ver la “transfiguración” para que lo admiren. ¿Comprueban que no exageraba cuando les decía que todo el Viejo San Juan es una obra de arte a pie de calle?

“Del lado de acá”

Nada que ver con algunos de nuestras reglamentos internos de las comunidades de vecinos, donde en la mayoría se casos si permiten la colocación de toldos, todos han de ser del mismo color. Ay del vecino que tenga una vena artística y que coloque otro de tonalidad diferente, el Presidente de la Comunidad le llamará al orden. La monocromía impera a este lado del océano.

Cuando les decía a mis amigas portorriqueñas que nosotros tenemos los denominados Pueblos Blancos, ellas por aquello de que siempre nos atrae el contrate (cromático en este caso), estaban deseosas de verlos y las notaba algo incrédulas por esta armonía casera monocolor. Claro que como me sentía yo algo sosa y para que vieran que nosotros los españoles también tenemos esta vena artística callejera, les hablaba de algunos lugares como Triana en Sevilla o Villajoyosa en Alicante y muchos más dónde cada casa para poder ser reconocida fácilmente, sobre todo por los pescadores a horas de poca luz, sí tenían su fachada personalizada con un color diferente, lo que evitaba entrar en la del vecino.

Pinceladas de humor en esta paleta callejera 

No sólo las fachadas y las puertas tienen estos toques artísticos, uno cuando va embelesado en este museo callejero que es el Viejo San Juan, se fija hasta en los más pequeños detalles. Les cuento uno que tiene su “pincelada” de humor. Los nombre de algunas calles van acompañadas de su cuadro. El callejón de las monjas tiene su guasa: todas risueñas parecen que están bailando salsa. La vida en este convento a mí me da que no tenía que ser muy aburrida, ¿verdad?

“De otros lados”

Si así de bonitas y alegres son por fuera, otro día les cuento cómo son ya de puertas adentro, pues convendrán conmigo que cuando uno va paseando por una nueva ciudad… ¿a quién no se le van los pies solos? Y a nada que uno sea un poco (no mucho) cotilla, vaya que sí, que entré en las casas. También en la dorada del Presidente. Eso sí, en todas, con permiso de sus dueños. Y sí, también entré en la Casa Bacardí. Ya puestos… Y bien contenta que salí. Ya les decía yo que las casas puertorriqueñas… ¡cuánta alegría por dentro y por fuera!

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