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Metamorfosis nocturna… en la ciudad

 

Muchas ciudades tienen una “doble personalidad”. Son totalmente distintas cuando las vemos iluminadas por la noche. Tanto es así que, si pasamos de día y luego otra vez por la misma calle, por la noche, nos podemos hasta despistar. El lugar es casi irreconocible.

Y más aún cuando viajamos que nos entra el ansia de querer “conocerlas a fondo” y por eso nos gusta también verlas a oscuras. Entiéndanme, con las luces encendidas.

Con “el canto del ruiseñor”

Ese momento cuando aparecen las primeras farolas tiene especial encanto en esta transformación urbana que les cuento. Hay casos llamativos y muy famosos como los abusos del neón en las céntricas calles de Tokio, que dicen los expertos que provoca casi una catarsis en el paseante. 

Otro lugar convertido casi en un museo al aire libre para ver estas primeras luces es la ciudad de Andorra La Vella. Justo al anochecer, “se despiertan” –lumínicamente hablando- “Los 7 poetas”. Es un escultura formada por siete hombres que parecen estar sentados “en el aire” con los brazos sujetándose las piernas. Se iluminan con distintos colores en lo alto de unos postes. Lo mejor es descubrirlos casi por azar.  La noche y el arte van de la mano.  Y con mucho arte, valga la redundancia.

Andorra, en sus primeras luces de la noche

El artista, Jaume Plensa, quería que en los paseos por la ciudad, mirásemos todos hacia lo alto. Nada de ir cabizbajos. Y que reflexionáramos, que también se puede hacer con la cabeza erguida. Y lo ha conseguido con estos pensadores. Pero también es verdad que lo tenía muy fácil porque esta ciudad tiene mucha belleza blanca y verde en sus montañas. Así que, un paseo por Andorra y el dolor de estirar el cuello casi van en un tándem.

Luces y… ¡a cenar!

Hay ocasiones en las puede resultar muy complicado poder ver una ciudad encendida. Pues requiere trasnochar mucho. Así sucede en algunas ciudades bálticas en verano, donde pasada la hora de la Cenicienta, aún es de día. Un poco apagado eso sí. Es la sensación de un atardecer que se queda un rato bien largo ahí, posado en el cielo, sin llegar a desaparecer. Sin dejar entrada a la noche.

En las terrazas de los bares en las zonas más céntricas han ideado un sistema muy curioso para que sepamos que estamos cenando y no comiendo. Les cuento el truco. Encienden –siendo aún de día- pequeños faroles y lámparas para “engañar” visualmente a los comensales –sobre todo los que vamos desde otras ciudades-.

Estaba yo un buen día (digo, noche) cenando con unos amigos estonios en Tallin. Ella me contaba que nada más terminar sus estudios, por razones de trabajo, se tuvo que trasladar en pleno mes de julio a EE.UU. Su avión aterrizó a media tarde y, quedó sorprendida cuando apenas un rato más tarde ya era completamente de noche. Cosa que ella jamás había visto antes en su vida. Y es que las sorpresas son en ambos sentidos. Para nosotros, que el día perdure hasta bien entrada la madrugada. Para ella, que de repente hubiera caído la oscuridad en cuestión de minutos.

Helsinki, en el largo trance del día a la noche. Fotografía tomada en verano a las 2.30am

Luces y… ¡a comprar!

Lo que sí está siendo cada vez más bonito es la iluminación de las ciudades en los días previos a la Navidad. En Londres el edificio de los almacenes Harrods se envuelve cual sí él mismo fuera todo un regalo. Qué sabía asimilación de los del marketing para esconder en todo un inmueble el verbo “comprar”.

Hasta que cante la alondra.

Incluso ya en las grandes ciudades hay una nueva moda turística: recorridos en autobús para ver la iluminación por todas las calles. Estas “metamorfosis lumínicas navideñas” encierran su dosis de peligro pues, de tan bonitas, cuesta decir aquello tan romántico de: Pare que yo me bajo en la próxima, ¿y usted?

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