.- ¿Qué vas a ir a Egipto en agosto? ¿Con el calor que hace? Entre asombro y alarma, era lo que todos me preguntaban cuando les decía que iba a la boda de mi amiga Nagwa.
Después de entrar en todos los pasadizos de las pirámides; de bucear en el Mar Rojo; de aprender a regatear con verdadero nivel… tocaba regresar. Tenía que coger un primer vuelo doméstico Sharm El-Sheikh-El Cairo que aterrizaba en un pequeño aeródromo egipcio. Y después, ir en coche al aeropuerto internacional para tomar ya el avión de regreso a España.
.- “Nada más aterrizar del primer vuelo, estará esperándote un señor con una pizarra con tu apellido. Te llevará en coche hasta el aeropuerto internacional”. Me indicaron en la agencia de viajes cuando contraté este traslado.
Aterricé y había varios chicos con pizarras con apellidos escritos con tiza. En ninguna estaba escrito el mío.
Esperé y, poco a poco este pequeño aeropuerto iba perdiendo su trasiego: algunas luces se apagaban, las tiendas bajaban sus persianas… Sólo quedaba un chico con una pizarra en la que estaba escrito a mano otro apellido.
Me dijo que sí conocía la agencia pero que no había visto a ninguno de sus empleados esa noche por allí. También me comentó que en unos minutos este aeropuerto se cerraría: el vuelo que yo había tomado era el último de ese día.
Se ofreció a llevarme en su coche al aeropuerto internacional. Su cliente probablemente habría perdido el vuelo ya que no aparecía. El dilema era esperar en un aeropuerto casi vacío ya o, irme con aquel desconocido.
Acepté su ofrecimiento. Al despedirnos en el aeropuerto internacional me dio su tarjeta: “Por si tienes algún problema”; Insistía: “Estaré encantado de poder ayudarte de nuevo”.
Unos minutos después, cuando me encontraba en el mostrador de facturación llegó corriendo un señor mayor. Esa noche había un partido de fútbol de esos importantes en El Cairo que había colapsado (aún más si cabe) el tráfico. “Yo no entiendo mucho de fútbol”, se excusaba de corazón. Me quedé un rato largo hablando con él. “Con el dinero que gano por los traslados y los ahorros que mi mujer y yo tenemos, podemos pagar la universidad a nuestros hijos”.
Él no me lo dijo pero después de nuestra conversación intuí que si me quejaba a la agencia por su retraso, lo despedirían ipso facto. Otro dilema más. Por supuesto, puse la cruz en “servicio excelente” cuando me enviaron el formulario de satisfacción.
Llegué ya amaneciendo a España. Ordenando los papeles vi la tarjeta de visita del chico joven que me había ayudado casi como un ángel caído del cielo en el traslado al aeropuerto internacional y con las prisas y líos de maletas no recordaba si le había dado las gracias. Ante la duda, le envié un mensaje. Recibí otro de respuesta: “Este es el mensaje más bonito que jamás he visto en mi vida al despertar”.
Y es que la palabra > en todos los idiomas en los que pronuncie, siempre provoca efectos mágicos. El último párrafo quería dedicárselo a Vds., lectores, y darles las gracias por “recorrer tantos kilómetros de lectura” en estas crónicas.
Y ya, el próximo “destino juntos” lo será en 2107. ¡Feliz Navidad!