Sí, con el posesivo en singular. Y no habremos mentido, faltaría más. La verdad que camine por delante. Incluso podemos completar la frase en plan generoso, con aquello de: “Ven cuando quieras”. Esta oración gramatical, así conjugada, la podemos pronunciar “con toda propiedad” en muchos lugares donde “nuestros invitados” quedarán sorprendidos y, por supuesto, a buen remojo.
Las hay a pie de playa
En muchas ocasiones es la mano del hombre la que delimita su vaso. Y lo hace a la usanza del tradicional cuadrilátero. Una, con este diseño, nos lleva hasta la Bretaña francesa, al pueblo costero de Saint Maló.
Estas piscinas pueden presumir de aguas tranquilas y sin sobresaltos, aptas para todos los públicos: los que aún necesitan flotador; quienes se pasaron a la colchoneta y los que dominan los cuatro estilos de natación.
Cuando yo estaba en “mi” piscina, vi a una pareja de dos chicos jóvenes chinos que iban caminando por el muro que la separa del mar abierto. Él se subió al trampolín. Yo pensaba que iba a hacer un triple salto mortal para impresionarla. Pero allí, en lo alto, se quedó un rato dubitativo y, volvió a bajar por la escalera. Ella lo abrazó. Y es que las piscinas son tan amorosas, ¿verdad? O, ¿Acaso serán las influencias de David Honey?
Y sí, a veces, aunque sus aguas estén quietas en su interior, ver las grandes olas tan cerca, impone un poco. Tal vez esto le ocurrió al chico. El abrazo fue bien largo.
Otras, por todo lo alto
Hay otra piscina de esas del posesivo singular con una nota atípica: se encuentra en las alturas. En una cuarta planta. Se esconde dentro de un edificio precioso: el Centro Azkuna “La Alhóndiga” (Bilbao). Mucha gente camina “por debajo del agua” y no se da cuenta de que tiene sobre su cabeza una piscina.
Cuando yo entré, pensé que la luz del techo era natural. Tardé lo suyo en saber que era una piscina. Les hago esta pequeña confesión para que a Vds. no les vaya a pasar.
Como les decía, que es de esos edificios que de tan bonitos, uno a los dos pasos se puede despistar. La planta baja ya es espectacular. El edificio está apoyado en 43 columnas, cada una diferente. Representan las culturas del mundo. Se han realizado con materiales locales de cada una de ellas. Este recorrido por la planta baja viene a ser como dar una vuelta al mundo entero entre “bosques” de mármol, ladrillo, madera y bronce. Y al ir absortos, es fácil caminar bajo la piscina y no advertirlo. Lo digo a modo de excusa, lo sé.
Como nota curiosa les contaré que nunca falta el sol en esta piscina, aún cuando esté lloviendo a cantaros ese día. “Se cuela” siempre en el edificio. ¿El truco? Nada más entrar, en lo alto, hay una fotografía real gigantesca del sol (tomada desde un satélite) que ilumina el hall.
Y, también, tierra adentro
Pero si rizamos un poco el rizo en este recorrido también hay playas que juegan a convertirse en piscinas. Y, sin la ayuda del hombre. Hay una que sabe hacerlo con mucho arte: la famosa playa de Gulpiyuri (Asturias). Por las rocas se cuelan cachitos de mar que se transforma en algo mágico.
El dato sorprendente aquí es localizarla a través de un buscador porque la visión desde el satélite no lo es junto a la costa, sino que señala la ubicación de esta playa… ¡tierra adentro! Ya les digo, mucha magia. Uno puede llegar a pensar que el buscador erró. A mí también me pasó. Y van ya dos confesiones.
Allí la generosidad también puede brotar. Y podemos invitar, pero ahora ya con aquello de “vente a mi playa”.
Y si los sociólogos dicen que una de las frases que todos queremos pronunciar en voz alta es una invitación a una piscina privada, en esta ruta, la generosidad les desbordará. Y ya, la barbacoa la dejamos para una próxima escapada.