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Amores de verano, en versión italiana

 

La estadística aquí se inclina por el corto plazo. Una vez que se guardan las sombrillas y se pierde el moreno de la piel, se extingue la pasión estival. Pero, no siempre es así. Los hay que superan el otoño e incluso algunos, “bien amarrados”, con larga vida.

En el mes de agosto y en una misma semana viví dos historias de amor. Como está de moda -según leía- el poliamor, pues… Bueno, para ser más precisa, digamos que fui testigo. Vaya, sosteniendo el candil en las dos historias. Pero un testigo cualificado, eso sí. De los que se sitúan en primera fila y no se pierden detalle.

Abrazo en forma de corazón

Con las dos nos vamos hasta el sur de Italia y, para ubicar aún más las escenas amorosas, al interior de una gruta. La primera historia fue entre un padre y su hijo. Cada uno era el patrón de un pequeño barco y en ellos íbamos un grupo de unas veinte personas. Pusimos rumbo a la cueva. Una vez dentro, motores ya parados, era el vaivén del mar el que nos iba empujando hacia las entrañas de la tierra. El sol penetraba como si estuviéramos en el mismísimo Panteón romano –pero en “versión veneciana” entiéndase-.

Lo que no sabíamos era que el chorro de luz que iluminaba todo, tenía un toque mágico: durante apenas un minuto, al reflejarse sobre la roca, adquiría una forma de corazón. Y, casualidades de la vida, allí estábamos en la hora exacta las dos embarcaciones.

En aquel momento el padre dio un brinco y saltó desde su embarcación a la de su hijo. Se abalanzó sobre él y lo abrazó, gritándole cosas bonitas. Todas en italiano, pero se entendían. Como yo estaba en la primera fila…: “Oh amore, che bella cosa! Figlio mio, ti amo molto”. Y nos señalaba a todos con su brazo apuntando al corazón para que no nos perdiéramos detalle. polignano2red

Como imaginarán, después de recomponernos de este brote de amor paterno, todos los tripulantes del barco estábamos móvil en mano, embelesados fotografiando el corazón (algunos, los que tenemos el lado cotilla más desarrollado, también el abrazo). Y sí, el capitán era de los de fiar: tras un minuto, el corazón de sol que vimos en la roca se desvaneció.

El primer baño en el mar

El caso es que ya el amor “como una corriente” se había expandido por toda la gruta y por todos nosotros porque cuando estábamos felices nadando en el agua, surgió la segunda historia amorosa.

Esta vez entre el padre de la embarcación (el mismo que gritaba y apretujaba a su hijo) y una chica joven holandesa bellísima. Ella no sabía nadar. Todos (el móvil ya, guardado) nos habíamos lanzado de cabeza a bañarnos. Bueno, todos, menos ella y el capitán (que ya les digo, era bueno en su quehacer).

Él la animaba a nadar. También le hablaba en italiano y a gritos. Ella, y todos pese a no saber italiano, entendíamos perfectamente las buenas intenciones de aquel profesor de natación improvisado que movía los brazos en el aire.

Y con generosidad, entre todos, fuimos enseñándola primero a flotar y a coger un poco de confianza en el agua (que ya tiene mérito que tu primer baño sea en el interior de una cueva medio a oscuras) y ya poco a poco, agarrada a uno de los salvavidas, se alejó del barco ella sola. Tal vez para dejar de oír los gritos que sí, eran animosos, pero… polignano4red

Amarres de por vida

Para mí, ese baño fue el mejor de todo el verano. Pero lo más bonito aún es que las dos historias de amor son de esas que no se pueden medir con algoritmos, ni con estadísticas.  Ni tampoco con el calendario. La holandesa recordará su primera travesía a braza de un barco a otro como si hubiera cruzado el Canal de la Mancha. Y el hijo, pese a que pasó un poco de vergüenza cuando su padre se le colgó al cuello, también recordará con mucho amor este rincón del mar que se adentra en la tierra. Y es que el amor en lugares escondidos se crece aún más.

En este mismo pueblo italiano, Polignano a Mare, está uno de los restaurantes que aparecen en las lista de “los más románticos del mundo”. Y, cosas de la vida, también está dentro de una roca. ¿Casualidad? Qué sabio fue aquel cuando nos avisaba que el amor tiene cosas que la razón no entiende.

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