No le estaba permitido cruzarla. Su vida terminaba justo al frente de la puerta mecánica de acceso al aeropuerto. “¿Qué habrá a ese otro lado del mundo?”, se preguntaba. Curiosidad a borbotones cada vez que dejaba a los turistas y los despedía. También cuando los recibían recién aterrizados.
Era un niño de la calle. Su patio de juegos eran los trenes. Y el peligro real pegado a la piel. Con sus amigos -todos descalzos- cruzaban las vías; trepaban por las ventanas, viajaban en los techos de los vagones… Pero en Bombay no todos los juegos y travesuras terminan bien. También conoció los abusos. Los más dolorosos que puede padecer un niño.
Dos personas se cruzaron en su infancia. Primero fue la hermana Seraphine quien, después de tres horas de charla, logró convencerle para que fuera al orfanato. El primer día de clase con sus ocho años y su “pack de estudiante” (ropa limpia por primera vez pero todavía sin zapatos, un sacapuntas, una goma, un lápiz y una libreta que tenían que durarles todo el año) la ilusión era tal, que le llevó a sentarse en la primera fila. La profesora al verlo ya mayorcito, le dijo que se pasara al pupitre de la última fila. Con esta orden, sin darse cuenta, disipó de inmediato la motivación por la educación.
Después el padre Plácido Fonseca logró reconducir aquella ilusión. Trabajó conduciendo una moto “tuc-tuc”, repartiendo periódicos… Ahora es guía turístico. Conoce las calles de Bombay mejor que nadie en el mundo. Su agencia de viajes se llama “Sneha”, que significa amor. Porque es de esas personas que saben multiplicarlo.
“De Bombay a Barcelona”
Más tarde pasó a trabajar para un artista multimillonario de origen portugués residente en Bombay, Eustace Fernandes. Era “el chico para todo”: le lavaba los coches, etc.
En Navidad su jefe le preguntó qué deseaba. Y siempre la misma respuesta: “No quiero nada; ya lo tengo todo”. Ante la insistencia de Eustace que quería hacerle un regalo le confesó: “Quiero ir a Barcelona”. Su jefe comenzó a reírse y Amin Sheikh, a llorar: “¿Por qué te ríes de mí? Tú me preguntaste qué deseaba y yo te lo dije”. Ante tan sincera conversación, unos días más tarde, recibió una carta con el billete de avión. El destino era: Barcelona. Un trayecto de avión (Bombay-Barcelona) que ha dado nombre a un proyecto precioso: una cafetería de esas que generan propinas gigantescas. Y no me refiero a las propinas económicas.
Y ahora…
Amin le rogó que le diera la libertad. Eustace le concedió este segundo regalo. Ha estado recorriendo Europa. Y su proyecto actual, que compagina con el de guía turístico: ha abierto en Bombay una cafetería-biblioteca que es toda una… ¡una mina de oro! En ella los chicos que al cumplir 18 años están obligados a abandonar el orfanato, comienzan a trabajar como dependientes. Pero, si un cliente acude a tomarse un café y necesita un electricista, una costurera… Los mismos dependientes también desarrollan todos estos oficios. Si alguno tiene una vocación, le ayudan a convertirla en realidad. Ya hay una diseñadora de ropa y también un rapero.
Amin Sheikh imparte charlas en institutos, universidades y, como no, también en cafeterías. Habla -desde esa convicción que aporta la primera persona del singular- de la mendicidad para sobrevivir, de no tener zapatos, de saber distinguir entre la basura… Y todo, a “chicos de tablet y móvil”. Y sucede que, después de escucharle, los más jóvenes tienen otra mirada del mundo. Los mayores salimos “con ganas de invadir Polonia”. En sentido humanitario, no musical.
Esta historia la cuenta también en su libro “La vida es la vida. Soy gracias a ti”. Está dedicado “a todos los niños de la calle del mundo”. En la compra del libro, va incluida una invitación a un café en su cafetería en Bombay. Él bromeaba diciéndome: “Has pagado el café más caro del mundo”. Pero… para mí ha sido uno de los más ricos y sabrosos de mi vida.