DOnde quiera que mires, se puede ver un rincón verde. La ordenanza municipal de urbanismo así lo exige en ventanas y puertas para todas las casas de la isla. Tienen una media de dos a tres plantas de altura. Junto a este requisito legal se suma otro del mismo color, pero que brota de la propia naturaleza: son muchos los inmuebles que te dan la bienvenida con ellas casi como si fuera un abrazo, son enredaderas gigantes que envuelven casi todas las fachadas. Y eso que es conocida como “Ré la blanca” (este apodo lo toma de las salinas). Últimamente muchas viviendas están pasándose al azul. ¿Será tal vez por la influencia del océano? Estos dos tonos de color, azul y verde, son el “redoble” que más suena. Verán algunas casas diferentes (cosas de extranjeros que edificaron, como la Casa de los Alsacios).
REsulta un paseo con mucho encanto callejear por su capital Saint-Martín-de-Ré. Es un pueblo pesquero con su puerto y, con muchas terrazas muy animadas. Lo mejor, en este ritmo “andante” es ver el atardecer desde sus antiguas murallas, es una construcción de esas para quitarse el sombrero. Está tan bien escondida que casi pasa desapercibida. Toda una obra maestra (de ahí que esté catalogada en el listado de Patrimonio de la Humanidad). Desde lo alto de estas fortificaciones se puede ver el movimiento de huida del mar del puerto, en ese movimiento de mareas cuando se ponen a jugar Poseidón y Eolo. Eso sí, en cuestión de horas, todo vuelve de nuevo a su estado. Una de las paradas que les recomiendo es una degustación de helados en Maritime. Anímense a probar un helado “kilómetro cero”: de patatas, de ostras con caviar o de espárragos. Ya verán qué buen arte culinario este saber transformar estos productos locales a un refrescante manjar.
MI ruta favorita es la que va hasta el faro. Que se alza a modo de “batuta”. Bueno, la isla es muy generosa pues tiene dos. Es espectacular subir por la escalera de caracol y llegar a la linterna. En ella, desde lo alto, se puede divisar… ¡la isla entera! No les exagero. Tiene una extensión máxima de treinta kilómetros. Así que en un día, a pie o en bici, se puede recorrer. Anímense, sería como “un tour de Francia en formato XS” y sin etapas de montaña. Vaya, que no hay excusas para no pedalear. Bueno, si uno por cansancio o edad lo prefiere, el paseo puede ser “a lo ancho” (5 kilómetros nada más).
FAro de las Ballenas (Phare des Baleines). Ya solamente por su nombre es fácil intuir que por la zona se dejaban ver y cazar. La riqueza hoy proviene de otro animal marino menos peligroso: las ostras. Tuve la oportunidad de visitar una granja. En ella se comienza con un toque de ternura, viendo cómo son de pequeñas (cuando se escurren entre los dedos); más tarde cómo se alimentan y termina con una exquisita degustación.
SOL y sal. Una pareja bien avenida que también es fuente de riqueza para la isla. Además el paisaje está repleto de viñedos. Por lo que lo mejor sin duda es acompañar la comida o cena con un vino local. ¡No dejen de probarlo! Otro producto singular son las patatas –mejor dicho: patatitas- de la isla (muy pequeñas y redondas). Y sí, muy apetitosas. En los mercados, llaman la atención porque parecen pelotas.
LA nota más peculiar son unos, llamémosles “estilosos habitantes veraniegos” que se pasean por la isla con sus pantalones con tirantes en sus cuatro patas. Sí, los burros hacen sonreír nada más verlos. Es el souvenir más típico si desean comprar algún recuerdo. En temporada baja no son tan presumidos. La isla tiene dos “ritmos” en su devenir. Un “adagio” en los meses de invierno y pasa a convertirse en un “allegro” en temporada de verano (que se alarga desde junio a octubre).
SI disponen de coche podrán acceder a Île de Ré con él a través de un puente. Pero sin duda, como les decía, la mejor forma de recorrerla es en bicicleta. Más de 100 kilómetros de pista para bicis perfectamente unida al paisaje. A mí me llamaba la atención la aglomeración de bicicletas en los espacios para su estacionamiento.
DOnarie le sobra a este rincón en la costa atlántica, justo enfrente de La Rochelle (Región de Nouvelle-Aquitaine). Un paraíso de isla con nombre de nota musical y… con su propia escala. ¿La “escucharon”? “Todo empieza” por un sonido precioso: el del mar.