Uno de los plazos más largos que existe en nuestro Ordenamiento jurídico para poder ejercer un derecho es de veinte años. Con esta paciencia continuada y algún requisito más uno puede llegar a ser propietario de un inmueble.
Las nuevas tecnologías han superado ya esta máxima edad legal. Y curiosamente, pese a ser ya viejecitas las seguimos llamando aún nuevas. ¿Hasta cuándo seguiremos en esta inercia de querer rejuvenecerlas? Pero, ¿de verdad son “nuevas”?
“Sin novedad en el Alcázar”
No sé si también les ha sucedido a Vds. He escuchado en muchas ocasiones a expertos que aseguran vivimos en una época de revolución, que el cambio del mundo es más que notable, “que habrá un antes y un después de su irrupción”, insisten en un tono casi apocalíptico.
Tengo que hacerles una pequeña confesión. Tal vez peco de incrédula (y hasta de ingenua) pero el caso es que muchas cosas que ahora hacemos con un móvil en la mano ya se hacían antes de la Revolución Industrial. E incluso otras, los sabios griegos ya las habían resuelto con maestría.
Narciso y Frankenstein se renuevan en los tiempos modernos
Les cuento cuatro de mis últimas pesquisas. En algunas redes sociales lo que se lleva es el postureo, el “mirad dónde estoy”. Todos posando siempre sonrientes en un primer plano y ya, si eso, por alguna esquina de la foto se puede intuir algún monumento que tal vez sí sea precioso pero que no se deja apreciar del todo. Parece ser que hemos retomado con muchas ganas el mito de Narciso, si bien ahora ya digitalizado (el lago se convirtió en likes).
En otros foros insisten en que hemos hallado por fin la tan ansiada piedra filosofal, el verdadero saber. La inteligencia que todo lo controla es el Big Data que ha llegado para resolver todos nuestros problemas (sic). Dirige nuestros actos y ya es capaz de tomar decisiones por nosotros (“Ve por esta calle que hay menos tráfico”; “Coge el paraguas que lloverá a las 17.05 minutos con un 90% de probabilidad”, etc.). Entonces, ¿ahora el Maná son los datos?
Esperando el siguiente capítulo
Debo reconocer que por falta de tiempo no puedo ver las series de moda y me quedo fuera de muchas conversaciones. El despegue ahora de plataformas como Netflix a mí me recuerda al mismo enganche que ya teníamos hace años en las siestas con las telenovelas y donde el José Francisco de antes, ahora tiene nombre de ciudad.
El caso de la bióloga
Y la cuarta es una de mis favoritas. Tenemos ya asumido que el mundo está en manos de los algoritmos. Fue muy llamativo el problema que tuvo una bióloga cuando acudía a EE.UU. para asistir a un importante congreso. En el control de pasaportes el ordenador alertaba que podría ser una delincuente muy buscada. Y los policías atendían más a lo que la máquina les decía que a las palabras de súplica y sinceridad de la profesora cuando insistía que lo suyo eran las moléculas y nada sabía de culatas.
Este dilema del hombre versus la máquina, ¿no les recuerda al mito de Frankenstein en versión actualizada?
¿Cuestión de inteligencia?
Y todo ahora condensado es dos palabras mágicas: la “inteligencia artificial”, o lo que ya parece ser su sinónimo: el descubrimiento del nuevo mundo. La inteligencia ya la teníamos adquirida por usucapión; Es más, hemos superado con creces el plazo si computamos, como dies a quo, el Oráculo de Delfos. Lo de “artificial”, me dicen que no tiene nada que ver con posar alegre siempre y parecer superfelices en las fotos. ¡Cuán ignorante sigo yo aún!
Mientras les cuento todo esto, tengo puesta de fondo aquella canción de Julio Iglesias titulada “La vida sigue igual”. Pues sí, la música también tiene su sabiduría y sus… ritmos (que no algoritmos).