“Ciencias de la hospitalidad”. Con este nombre tan bonito la Universidad de Cuenca (de Ecuador) agrupa los estudios de grado de Turismo, Gastronomía y Hotelería.
Me contaban tres profesores: “En Costa Rica nuestro despertador son los gorilas”. La universidad –me decían- está ubicada en mitad de la selva, en la sede de un antiguo helipuerto que fue embargado por el banco. Hoy, los hangares, son las aulas. Qué cosa tan curiosa es siempre la nueva vida de muchos inmuebles.
Entre gorilas y campanas
A este otro lado del océano, con suerte lo primero que oímos al despertar son los pájaros. Y, a todos los profesores que somos puntuales, nos gusta comenzar la clase justo con el repique de las campanas. Yo les retaba a mis alumnos: ¿Os imagináis que en lugar de las palomas que vemos en los en los alfeizares fuesen gorilas?
En el Congreso de Turismo Cultural celebrado en Córdoba (ya va por su sexta convocatoria) tuve ocasión de compartir muchas mesas de trabajo (y también manteles) con investigadores de ocho universidades de España e Hispanoamérica, todos dedicados a esta rama del conocimiento en la que dos más dos no siempre son cuatro. Cuánto suma un pequeñísimo detalle (como pueda ser una buena recomendación informal o una grata acogida en el vestíbulo del hotel). Y, también -desgraciadamente-, en ocasiones, minora la ecuación.
Las paradojas del mundo
Se habló mucho de destinos. Era sorprendente cómo en una misma mesa de académicos, unos (los de este lado del Océano) estudiamos cómo lograr que un determinado lugar no esté tan masificado (exceso de turistas, nos quejamos). Por ejemplo, en Granada, muchos residentes evitan pasear por el centro. “Sólo voy a la Carrera del Darro cuando viene algún amigo de fuera y lo acompaño”. Mientras que otros (allende el Altántico), que tienen terrenos vírgenes con cataratas generosas, están deseosos de ser visitados e investigan qué mejor campaña de marketing llevar a cabo para lograrlo.
Ya Cervantes con su gran maestría nos enseñó a captar esa dualidad de las vivencias, porque una bacía también podía ser un yelmo y Sancho finalmente, con su sensatez zanjó el dilema convirtiéndolo en un baciyelmo.
Lo más valioso de estos foros en los que nos reunimos arquitectos, académicos, profesores, periodistas, abogados, etc. es la posibilidad de ver desde distintos enfoques, ese “gran invento” que es el turismo. En este caso, el turismo cultural. Hoy convertido en toda una ciencia que se mide y se cuantifica en pos de una mejora.
Córdoba, la ciudad donde tiene lugar este VI Congreso Internacional Científico-Profesional de Turismo Cultural, es todo un acierto. Su laberinto de callejuelas ya conoció a grandes sabios: Maimónides, Séneca… que aún “se pasean” por ellas, convertidos en estatuas, claro. Gran lugar, pues para debatir bajo sus enseñanzas.
Y fueron de gran calado los debates: Esa difícil línea divisoria entre dónde termina lo inmobiliario y dónde comienza lo turístico, fue una de las discusiones sobre la ciudad mexicana San Luis de Potosí. En otra mesa analizamos minuciosamente la lista del Patrimonio Mundial en peligro, amenazado por actividades económicas (como extracción del petróleo o la construcción de una presa) y conflictos políticos (así los casos de Siria y Libia).
El trabajo de campo llevó a una investigadora a pasar casi dos meses en Cancún y nos explicó, cómo desde cero, se han creado dos espacios: uno de gran lujo para hoteles y otro, radicalmente distinto para los residentes, que apenas pueden acceder a las playas privatizadas. De nuevo, las dos realidades.
Y no siempre se pueden solucionar creando una nueva palabra. ¿O, tal vez sí? Sancho, qué gran sabio. Yo “lo escuché” en muchas mesas de trabajo.