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Entre tu ventana y la mía

 

Apenas cincuenta metros. Un patio de vecinos. Ésa era la distancia de “La ventana indiscreta”. Y la de historias que dentro de ella sucedían. Alfred Hitchcock, grandísimo en un plano muy legal. Un poco más lejos nos llevó “La ventana de enfrente”. En ella, la imaginación, la envidia y, también, las ganas de ligar un poco, eran las razones que nos llevaban a la vida de los otros.

Hoy ya no existen distancias, la ventana es ahora indiscretísima. Las redes sociales nos permiten saltarnos el confinamiento. Yo estos días he estado “viajando” de casa en casa: me senté un rato con la madre de Almudena Ariza en su salón; He cotilleado las estanterías de guías de viajes de Paco Nadal (perfectamente ordenadas) y hasta he abierto los armarios de la Carmen Lomana. Y todo, ya les digo, sin salir de la mía.

Es más, casa que se abre en las redes sociales, yo acepto encantada “la invitación”. Vaya, que no paro con este allanamiento de morada sui generis, pues tengo a mi favor la eximente del consentimiento virtual. Cómo será que en una reciente webinar (qué palabra tan de moda en esta fase de confinamiento), cuando ya estábamos todos conectados, una profesora con mucho atino comentó: Sí esto parece más que un seminario, el programa de Bertín ‘En tu casa o en la mía’.

Otro amigo me decía que estamos viviendo en unas “cárceles de lujo”. Tenemos de todo en casa: cine, libros, clases de deporte, pasatiempos… Pero sí, nos hemos dado cuenta del poco valor que tiene este mundo virtual, cuando le falta la libertad.

En este hábitat hogareño, que a muchos nos tiene casi asfixiados, parece –he ahí uno de sus lados buenos-, que está dando un respiro a los pulmones de la naturaleza. Que la teníamos, al igual que estamos ahora, al borde de la asfixia. Que ya nos pedía a gritos una cámara de oxígeno. Mira que si logramos acompasar los ritmos nuestros con los suyos.

Cuando explico en las clases el funcionamiento del Espacio Schengen, con todas sus virtudes (y también sus puntos más débiles), veo que los alumnos se sienten reconfortados con este perímetro exterior tan reforzado. “Una muralla como las de la Edad Media pero… ¡que no se ve y a lo grande!”, me dicen ellos. Y, cuando la tuvimos que defender, no nos sirvió. No fuimos capaces de actuar a la par cuando tuvimos las primeras voces de alertas. Tampoco hemos sabido poner en práctica aquel minimáster aprendido en la infancia bajo el grito de: “que viene el lobo”. Yo recuerdo un vídeo del Dr. Cavadas allá por finales del mes de enero en el que sí advertía de algo “serio y grave”. Pero casi es tendencia no hacer caso a estas alertas. Como los pastores en el cuento. Moralejas de la literatura que… ya no son cuentos.

Vivíamos en una falsa “unión” europea, o… ¿tal vez era todo una farsa? Y de la comedia (¡preciosas películas de vecinos!) hemos pasado a la otra cara de la vida: la tragedia.

Les dejo que van a ser las 20.00

 

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